Heridos de la guerra

Los niños destrozados por los ataques de Rusia aprenden a vivir de nuevo

Cientos de menores son tratados en hospitales después de haber sufrido graves heridas por los misiles del Ejército de Putin

Children look at the scene of the latest Russian rocket attack that damaged a multi-storey apartment building in Kryvyi Rih, Ukraine
Children look at the scene of the latest Russian rocket attack that damaged a multi-storey apartment building in Kryvyi Rih, UkraineAgencia AP

Todos los días, los ataques rusos contra zonas residenciales matan y hieren a personas en Ucrania. Si bien la atención se centra en el número de muertes, casi siempre un número mayor de personas resultan heridas y son trasladadas de urgencia a los hospitales. En muchos casos, después de que los médicos les salven la vida, les espera un largo viaje lleno de procedimientos médicos y una larga rehabilitación.

La mañana del 14 de julio de 2022, Roman Oleksiv, de 7 años, realizaba una cita en una clínica en Vinnytsia, donde lo llevó su madre Galina. Mientras recibía tratamiento, un misil explotó a varios metros de distancia, justo fuera de la entrada. Su madre, su médico y otras 25 personas murieron, ya sea inmediatamente por la explosión o por el enorme incendio que la siguió.

Roman sobrevivió. Los escombros se le clavaron en la cabeza mientras la onda explosiva le rompió el brazo. El 45% de su cuerpo resultó quemado, incluida la cara, las manos y las piernas. Las quemaduras en la espalda fueron las más graves. Fue trasladado a un hospital en la ciudad occidental de Leópolis para ofrecerle mejor tratamiento, pero aunque los médicos de la Primera Asociación Médica hicieron todo lo posible, le faltaba equipamiento para salvarlo.

“Llegó en estado crítico. Teníamos miedo de que no aguantase hasta que lo pudieran transportar al extranjero”, comparte la cirujana Lesia Strilka. Sin embargo, ocurrió un milagro. La condición del niño se estabilizó al cabo de varias semanas y lo transportaron a uno de los centros de traumatología por quemaduras más importantes del mundo, en Dresde.

“Le extrajeron tejidos no viables, fragmentos de vidrio y músculo de la pierna, reemplazaron el tímpano y realizaron numerosos trasplantes de piel”, revelan los médicos. “Esas horas de espera mientras operaban a mi hijo, una y otra vez, fueron las peores. Ya no quedaban emociones, sólo determinación y conocimiento de que tenemos que salir adelante”, dice Yaroslav, el padre del niño.

Intentó no recordar demasiado lo que pasó cuando tuvo que identificar el cuerpo de su esposa. “Fue una tragedia. De muchas de las víctimas casi no quedó nada fuera. Es difícil incluso imaginar cómo debieron sufrir mientras eran quemados vivos”. Aún así, a pesar del shock por la muerte de su esposa, estaba concentrado en rescatar a su hijo.

La maravilla ocurrió una vez más. Por primera vez en meses, Roman abrió los ojos y dio los primeros pasos. Iba a sobrevivir y mejorar. Un año después, Roman regresó a Leópolis. Va a someterse a rehabilitación en el mismo departamento donde le dieron la oportunidad de vivir. El niño lleva una mascarilla de compresión especial en la cara y guantes de compresión en las manos. “Es necesario evitar que surjan más cicatrices en las zonas quemadas”, explican los médicos.

Las cicatrices existentes deben ser tratadas con una máquina especial, que aún debe comprarse. Se está llevando a cabo una financiación colectiva para que Roman y otras víctimas puedan recibir ayuda adecuada y para que en el futuro queden menos huellas del trauma. “Si las cicatrices no se reducen, el dolor es inevitable y sus movimientos van a ser limitados. El niño crece mientras que el tejido dentro de la cicatriz no puede”.

Las quemaduras de los misiles rusos

Roman es sólo uno de los 700 niños que reciben tratamiento cada año sólo en este hospital. El número ha aumentado debido a los ataques regulares rusos con misiles y drones. “Las explosiones provocadas por los ataques suelen dejar quemaduras”, explica Lesia Strilka.

Stanislav Liaj, de 12 años, se mudó de su ciudad natal en la región de Donetsk, Kramatorsk, a la región de Jarkiv. Sus padres creían que allí sería más seguro después de que Rusia decidiera “proteger a la población de Donbas”. Un misil lo encontró en su casa temporal el pasado mes de octubre. Atravesó el techo y explotó en la habitación del niño, encima de él. Pasó 9 días en coma. Todavía tiene que ir al hospital con regularidad para asegurarse de que sus cicatrices sanen bien. Se requieren condiciones muy especiales para el tratamiento de quemaduras graves, explican los médicos. "Esto incluye ventilación especial, mantenimiento del microclima y regímenes de temperatura", subraya Strilka.

La capacidad de los médicos locales para tratar a estos niños es limitada debido a la falta de equipos sofisticados, lo que significa que los pacientes más difíciles tienen que viajar al extranjero.

Una guerra larga

Sin embargo, como Rusia no muestra signos de querer detener su invasión y se espera que la guerra se prolongue hasta bien entrado 2024, simplemente no hay otra manera para el hospital que mejorar su infraestructura. Es probable que docenas o cientos de niños más necesiten sus servicios en el futuro por los ataques continuos.

“Fuimos bienvenidos en Alemania. Pero aquí está nuestra casa, nuestra familia. Estamos contentos de estar de vuelta”, dice Yaroslav. Roman se alegra de poder ver a sus abuelos. Frequenta a una escuela local y puede retomar sus aficiones.

Durante el año que Roman ha estado luchando por su vida, sus sueños, que anotó uno por uno en su diario personal, han sido un gran incentivo para continuar con un lento proceso de rehabilitación, comparte su padre. “Cuando estaba aprendiendo a caminar nuevamente después de la lesión, nos propusimos llegar a un pequeño jardín, cerca del hospital. Al principio fue un paso o dos, pero lo logramos”, dice Yaroslav.

Su hijo va a volver a asistir a clases de baile y sueña con aprender a tocar el acordeón, el instrumento musical que también tocaba su padre. “Cuando me recupere por completo, voy a jugar para mis médicos”, dice el niño. “Todo me interesa, quiero hacer de todo. Quiero que todo sea como antes del ataque, cuando tenía 7 años”, explica Roman.