Perfil

Una primera ministra de Escocia devorada por su extremismo

Los escoceses despiden a la mejor activista de toda una generación

Cuando Nicola Sturgeon (1970, Irvine) asegura que toda su vida ha estado dedicada a la causa independentista no miente. Tenía tan sólo 16 años cuando se afilió al Partido Nacionalista Escocés (SNP). Por aquel entonces, la formación no lideraba ni mucho menos las encuestas y la celebración de un referéndum de secesión parecía una pura quimera.

Desde el principio, la joven licenciada en Derecho con honores por la universidad de Glasgow destacó por su capacidad de movilización, convirtiéndose en una de las activistas más exitosas de su generación, un elogio que reconocen hasta sus más críticos.

Su oratoria clara y fuerte, que ha llegado a eclipsar a líderes de los principales partidos británicos, ha sido clave para una carrera política meteórica que comenzó en 1992 cuando, a sus 21 años, se convirtió en la candidata más joven de la historia de Escocia en presentarse a las elecciones generales. No consiguió el escaño, pero con la formación del Parlamento de Edimburgo en 1999, como parte de la política de descentralización del Ejecutivo laborista de Tony Blair, fue elegida en Holyrood por las listas regionales del SNP en Glasgow.

Inspirada en la ex primera ministra Margaret Thatcher, Sturgeon decidió entrar en política, pero no porque sintiera una particular admiración por la Dama de Hierro, sino porque consideraba que las medidas económicas neoliberales impulsada por la entonces líder del partido "tory" no hacía más que aumentar el desempleo en Escocia.

En 2007, cuando el SNP ganó las elecciones en Edimburgo, Sturgeon se convirtió en la "número dos" del Ejecutivo liderado por Alex Salmond, su gran mentor y luego su gran enemigo. En 2011, los nacionalistas hacían historia al conseguir una aplastante mayoría absoluta que allanó el camino para celebrar un referéndum de secesión pactado con Londres.

En 2014, el 55,3% del electorado escocés votó a favor de la permanencia en Reino Unido. Pero los días antes de la votación, las encuestas estaban más que igualadas. Tras la derrota, Salmond presentó su dimisión y no hubo debate alguno sobre quién debía sustituirle: Sturgeon era la única que podía coger el relevo.

Desde entonces, su popularidad no dejó de crecer. Hasta que llegó la polémica trans, una controversia que ha representado para Sturgeon lo que el 'poll tax' representó para Thatcher. Se trataba de un impuesto por el que pagaba lo mismo un barrendero que viviera en un barrio degradado que un aristócrata con residencia en el elegante Mayfair londinense.

La iniquidad de la tasa introducida en 1989 (Escocia) y 1990 (Inglaterra y Gales) hizo salir a la calles a miles y miles de personas en las manifestaciones más multitudinarias registradas en los largos años del Gobierno de la Dama de Hierro. La prensa, pero, sobre todo, los políticos de su propio partido se preguntaban cómo era posible que una líder que había demostrado tener tan buen olfato en la defensa populista de la clase media y en la apropiación incluso del voto de las clases populares tradicionalmente inclinadas hacia los laboristas, adoptaba una medida que destruía todo aquel trabajo y le enajenaba aquel acervo electoral.

Y lo mismo ha ocurrido ahora con Sturgeon. ¿Cómo es posible que una política que se ganó todo tipo de elogios por su gestión ante la pandemia, una persona admirada incluso por sus adversarios, insistiera en promover una normativa que no contaba con el apoyo de sus filas y el electorado? Con su adiós pone fin a una carrera de más de tres décadas. El viaje ha sido intenso, pero la independencia por la que tanto luchó está ahora más cuestionada que nunca.