Oslo
Sangre en las aulas
El terrorismo es ciego como el furor de los dioses de la mitología griega. La barbarie última es la matanza de los inocentes. Sembrar el pánico. Destruir vidas en flor. Castigar a los padres, a las familias o a estamentos sociales, en este caso al Ejército y por extensión al país y sembrar de lágrimas a los millones de seres pacíficos. Recompensas celestiales, paraísos fantasmagóricos poblados de placeres inenarrables. El gusto de la sangre derramada, la adrenalina a mil. El odio a lo establecido. El ansia de gloria, la ignorancia supina, el hervor de la camaradería, el querer parar el mundo. Son algunas de las desequilibradas imágenes que pueblan las mentes de estos seres sin piedad, que en sus delirios quieren pintar un gigantesco fresco de desolación y muerte. Las condenas, la repulsa de la comunidad mundial, ciertamente no sirve para parar las armas de fuego, ni tampoco la ley del talion, la violencia engendra violencia y siembra de amapolas ensangrentadas las escuelas, los hospitales, los mercados, los hogares y las madres desgarradas por el dolor. Pakistán ese país en la encrucijada entre la civilización y la barbarie donde se está librando una de esas guerras de religión que han envilecido al mundo desde los tiempos remotos, ha restablecido la pena de muerte para tratar de extirpar las malas yerbas, pero mucho nos tememos que oponer la violencia del Estado a la violencia terrorista no sirva para mucho. Creo que la victoria de la razón podrá alcanzarse a largo plazo con el mensaje de la pakistaní Malala, también víctima y que se debatió entre la vida y la muerte y que ha levantado en Oslo cuando le otorgaron el Premio Nobel la bandera de la educación, que va más allá de la alfabetización y que hace que hombres y mujeres dejen de ser bestias feroces y se conviertan en ciudadanos capaces de amar, de construir, de labrar destinos comunes y producir esos espacios de recreo, de sano culto y de feliz convivencia que hacen a los hombres poder reposar en paz y despertarse con la alegría de la vida cotidiana. En Pakistán se ha escrito una página más de horror y salvaje mortandad de los inocentes, las escuelas del ancho mundo están de luto y los hombres de buena voluntad miramos al cielo pidiendo piedad y rogando clemencia para los estudiantes y profesores que pueblan nuestro cruel pero al mismo tiempo maravilloso planeta. Los asesinos solo han conseguido destruir las florestas bellas de la infancia, pero vigorosamente se yerguen contra ellos las Malalas del mundo las que quieren repoblar este planeta azul con vigorosas plantas de Paz y Concordia.
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