Entrevista
Juana Acosta, la actriz tenaz
Será por esa personalidad que solo tienen los nombres rotundos. Será por haber vivido momentos duros. Juana Acosta puede con todo, cambia de piel como le apetece, sin perder su mirada seductora.
No pudo ser. Pero no pasa nada. Bastaba con verla en pantalla para saber que es ganadora siempre… Bueno, a ver. Eso lo digo yo, que no era candidato al Goya a la mejor actriz de reparto… Pero seguro que para Juana Acosta –podría poner la mano en el fuego– la decepción era la justa y necesaria. Punto. El inconveniente le regalaba su primera nominación a los Goya y, en ese plano de la Gala en el que se veía su porción de zoom con ella vestida de blanco y brillantes entre florituras de principios de siglo en el fondo, había algo que solo da Juana y que la hacen única y, repito, vencedora ever: Juana tenía ese halo empolvado de glamour de otros tiempos. De esos en los que no había, por supuesto, ni mascarillas ni alcohol para manos, pero tampoco nylons, látex, kardashianismos varios o nada que no hubiera tenido antes el ok de Dior, Balenciaga, Givenchy o Oleg Cassini. Vamos, que Juana representaba esa ensoñación del cine que, quizás, solo sale en las películas. Algo casi irreal. Perfectamente maravilloso, clásico, eterno. Como una recreación de un tiempo que nunca existió y que firmara Ryan Murphy. Qué difícil atreverse con eso, con la quintaesencia del glamour Hollywood Regency y, además, no parecer ni descolocada ni impostada ni ficticia, sino moderna. Quizás porque Juana tiene la personalidad que solo dan los nombres rotundos. O quizás que, como ella misma reconoce, el haber vivido momentos duros, esa Colombia violenta de secuestros y drogas, le permite enfrentarse a cualquier cosa. De la vida, sí. Y del celuloide. Vamos, que puede inventarse y reinventarse a sí misma como actriz, como madre, como colombiana en España, como española en el otro lado del océano. Cambiar de piel como le apetece y mantener siempre esa mirada seductora que en el caso de Carole Bouquet era miopía, pero en el caso de Juana es tenacidad.
Decía Bette Davis que la mejor actuación de una actriz es aguantar el tipo cuando el Óscar se lo dan a otra… ¿Esos momentos son de decepción? De “mira, ya ha pasado, me puedo relajar”, de “no pasa nada porque no esperaba nada”.
De todo un poco. En mi caso, hubo alegría genuina pues Nathalie Poza es una de mis grandes amigas y que lo recibiera ella me hizo también ilusión. No llegué a los Goya pensando que lo ganaría… Aunque suene a tópico, me sentí premiada estando nominada. Es mi primera vez y la viví con gran felicidad. Desde la lectura de nominados hasta la gala telemática.
¿Qué supone para una actriz ganar un Goya? ¿No supone un sambenito? Robert de Niro lleva años soportando que no hace películas como las de antes y que su talento está en decadencia…
De todo se ha visto. Conozco actores a quienes un premio importante como este les ha impulsado aún más la carrera y conozco a otros a quienes no vuelven a llamar por mucho tiempo. No hay reglas, en esta profesión tan inestable cuenta mucho la determinación, la suerte, la actitud…
¿En qué ha cambiado El inconveniente a Juana Acosta?
Cada una de mis películas me deja un pozo de aprendizaje diferente. En El inconveniente tuve la enorme suerte de coincidir con Kiti Mánver. Para mí, una de las grandes actrices de este país. Y el viaje que hicimos juntas fue inolvidable, de principio a fin. Verla trabajar con tanta libertad, sentido del humor, compromiso y arrojo fue maravilloso.
Ser profeta en tu tierra cuesta, pero serlo en España, plaza dura como dicen los taurinos, es un logro… Abrirte camino ¿cómo fue? ¿Fácil o complicado? ¿Jugabas con el exotismo de soy una actriz que viene de fuera o eso fue un hándicap?
Abrirse camino en un país que no es el de uno nunca es fácil. Cuando llegué a España no conocía a nadie dentro de la profesión, pero tuve la suerte de encontrar a mis representantes Mesala Films quienes confiaron en mí y con quienes llevo caminando 20 años. Me ayudaron mucho, me invitaron a descubrir la industria Española y a ir construyendo poco a poco la carrera con la que siempre soñé. Venir de Colombia sumaba un punto “exótico” como dices, pero el acento no ayudaba nada pues no había tantos personajes para latinas en aquella época. Tuve que hacer un gran trabajo para quitarme el acento y poder tener más posibilidades de trabajo.
Se decía de Cleopatra que tenía el amargo don de la belleza… Para ti, Juana, la belleza –indudable– ¿es un arma de doble filo? ¿Te condiciona? ¿Condiciona a la industria?
A lo mejor al principio de mi carrera sí, pero a estas alturas ya no. La belleza puede condicionar al principio hasta que demuestras que tu manera de relacionarte con el trabajo es seria y verdadera y que no se apoya en lo exterior. Yo vine a España a formarme como actriz y tengo una base sólida que me acompaña en mi camino y en mis decisiones.
Charlize Theron se tuvo que vestir /poner monstruosa para que le dieran el papel protagonista de Monster y ganó el Óscar. ¿Hay que llegar a esos extremos para que a una le tomen en serio?
Yo he llegado a construirme una nariz de latex para conseguir un papel, oscurecerme el pelo para parecer más latina o acentuar mis líneas de expresión. A los directores hay que ponérselo fácil y acercarse lo más posible a lo que están buscando, pero no creo que solo pase por ahí el asunto, te toman en serio cuando tú te tomas en serio el trabajo también.
¿Ser actriz es un reto día tras día? Ser valorada, entrar en castings, ser o no idónea para un papel ¿no es un examen diario?
Es un trabajo diario, una preparación constante, hay que tener muy bien gestionada la frustración para recibir los noes y tener la cabeza bien amueblada para encarar los síes. Este oficio es de constancia, de trabajo diario. Mantener nuestro instrumento (que es el cuerpo y la voz) en buen funcionamiento es fundamental y por supuesto cultivar nuestro imaginario también. Por eso me gusta hacer talleres en donde lo importante no es ir al resultado sino explorar, equivocarse y disfrutar del proceso que es tan importante.
Una puede dejar de ser actriz o es algo que se lleva en todas las facetas de la vida.
No, yo soy actriz cuando actúo, soy actriz cuando promociono mis trabajos pero en mi día a día soy una mujer como cualquier otra que se ocupa de su hija, su familia y amigos.
Cuando uno comparte oficio, hobby, trabajo con su pareja, ¿cómo es? ¿Más fácil porque te entiendes? ¿Es complicado porque surgen roces, rivalidades…?
Durante muchos años fue muy positivo; tener a alguien que comprenda las dinámicas de un trabajo como este con los horarios locos que tenemos y la entrega que requiere cada personaje es maravilloso, sin embargo pueden surgir roces como en cualquier otro oficio.
El mundo de la interpretación es un mundo de egos pero también de inseguridades, ¿cómo se gestiona esa montaña rusa?
Esa montaña rusa se gestiona con una educación sólida basada entre otras cosas en la confianza para que ni se suba a la cabeza ni se caiga al hoyo cuando las cosas no salen como queremos.
Las actrices americanas siempre se quejan de la esquematización de los personajes femeninos, de los arquetipos. ¿Cómo es en nuestro cine? ¿Hay papeles para mujeres interesantes?
Por supuesto que los hay, a mí me van llegando cada vez personajes más interesantes. Con la edad y la experiencia vital, las mujeres estamos cada vez más preparadas para contar historias que hablen de asuntos esenciales de la vida, historias en donde nos podamos ver identificadas y que resuenen en el inconsciente colectivo.
¿Qué tienes entre manos?
Este año viene cargado de estrenos. En marzo estrenamos la serie La templanza, una adaptación de la novela de María Dueñas, en Amazon Prime video. El 30 de abril, la miniserie de ocho capítulos El inocente, de Oriol Paulo, basada en la novela de Harlan Coben, en Netflix. En cine estreno Las consecuencias, de Claudia Pinto, y La mirada de Lucía, de Imanol Uribe, y en abril empiezo a rodar también una serie para Apple TV.
Fotos: Santiago Esteban
Estilismo: Jose Herrera
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