La Columna de Carla de La Lá

Los que ponemos el árbol en noviembre

Para mí, todo el año es navidad, pero en noviembre dejo de fingir.

Mariah Carey en Navidad.
Mariah Carey en Navidad.larazonAP

En mi familia todos somos demasiado navideños, incluso en verano; mientras arrastraba el pesadísimo árbol descomunal escaleras abajo pensaba esta mañana que soy una mujer muy voluntariosa y, definitivamente, incansable, pero que mejor que no mate nunca a nadie, a menos que un alma caritativa, con buenos brazos, me ayude con el fiambre.

Conseguí con titánico esfuerzo situarlo en su lugar y al decorarlo estimaba el pasado nostálgica, y el futuro animosa.  Cada bola que colocaba me arrastraba a un bonito o agridulce recuerdo y en sus panzas brillantes veía reflejadas escenas de mi niñez, de mis padres, mis bebés mofletudos ¿dónde quedaron?, de los que ya no están e incluso de mi misma, la yo que ha muerto de aburrimiento, o de vergüenza y que ya no volverá.

Al poner las luces, qué mal las he puesto, admiré lo bien que funcionan teniendo ya veinte años; las compré con un árbol precioso y un sinfín de adornos en El Corte Inglés, de veinteañera, recién casada: cada noche, nos sentábamos perplejos de felicidad en el sofá del pequeño salón a observar nuestro arbolito y verlas parpadear; también veíamos cine francés de los sesenta y comíamos lo que fuera con palillos.

El espumillón es una horterada, ¿no? Sí, pero tengo uno tan precioso, que me lo echaría al cuello como un marabú. Hay espumillones y espumillones ¿eh? aunque supongo que con el espumillón pasa como con el gotelé, que para casi todo el mundo moderadamente informado es cateto y para avanzados y retorcidos es lo máximo. Vamos, como los calcetines blancos.

A mí no suele importarme la opinión de los demás en lo estético, ni en casi nada, lo confieso, en las tiendas, me guío por el gusto de las dependientas para comprar justamente lo contrario. Y así todo.

Al desempolvar el Nacimiento, el buey, la mula y el mismísimo niño de piedra congelada me han llevado hasta México porque mi abuelita tenía uno increíble, de esos grandes maravillosos, de los buenos. Ocupaba unos nueve metros cuadrados el belén, y se esmeraba tanto en ponerlo que era un drama quitarlo, como si las figuras cobraran vida, voluntad y convencieran a su dueña para no ser devueltos a sus cajas. Un año llegó febrero con el asunto en medio del salón, y luego marzo y mayo y julio… y ya no lo quitó hasta la primavera siguiente… El nacimiento que tengo en casa no es de esos, pero da el pego.

Es importante que tengamos presente lo que verdaderamente se celebra en navidad, ya saben… ¡El regalo y los langostinos…!! Durante años, de atea, navidad significaba para mí, el placer de la familia, eso y mantelerías y vajillas hermosas, y velas…Y no está mal, pero ahora intento concentrarme en que se trata de la llegada de Jesús y trasladárselo a mis hijos.

Santa Claus me cae bien, ¿eh? Uno de los primeros influencers de la historia, creado para que la sociedad de consumo identificara la felicidad con la Coca Cola. Siempre me han resultado entrañables las personas con sobrepeso, del mismo modo que desconfío de los delgaduchos.

Saqué de su bolsa la guirnalda para la puerta y la adorné aún más con un larguísimo lazo rosa chicle con el que estuve un largo rato entretenida, pensé que debía dar gracias a todas horas y eché un vistazo a la parte menos soleada de mi alma, a los momentos difíciles, que han sido pocos y necesarios.

Cuando todo va sobre ruedas uno puede cometer la torpeza de sentirse Todopoderoso; por eso, considero positiva una eventual sacudida que doble un poquito nuestras arrogantes rodillas. Pensé en el confinamiento y en el Covid, y en la vieja normalidad… 2020 nos encaró con la incertidumbre, con lo inesperado, pero ¿existió la seguridad verdaderamente?

El año pasado por la pandemia, no pude pasar la navidad con mis padres. Fue como si la borraran, por más felipesegundos que alcancé a devorar, no sentí la navidad por ningún sitio. Este año, si Dios quiere, las pasaremos de nuevo con ellos. Mi madre es como Mrs. Claus, de hecho, brilla, como si llevara lucecitas incorporadas y en estas fechas convierte la casa familiar en la materialización de su alma. Si le trepanaran el cerebro, estoy segura de que brotarían bolas verdes, doradas y rojas. Nada malo puede suceder en el mundo cuando mamá inaugura su particular WinterLand.

Recordé cuando llevé a los niños a conocer el Londres navideño, con sus villancicos y Carols en Trafalgar Square, con sus mercados, sus vinos calientes, sus escaparates floridos y abigarrados reventando de juguetes. Este puente los llevamos a París para que se saquen el título de Primero de Navidad, que en casa no se puede transitar sin ese básico indispensable.

Para mí, todo el año es navidad, pero en noviembre dejo de fingir.