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Apoteosis de Rosa Valenty en La Latina con su «Chico de revista»

El viernes se estrenó con éxito su «show», en el que comparte escenario con Cayetano Fernández y Edu Morlans, frente a un público especialmente joven rendido ante el auténtico musical español.

Valenty, en el camerino del teatro La Latina, donde presenta su musical
Valenty, en el camerino del teatro La Latina, donde presenta su musicallarazon

El viernes se estrenó con éxito su «show», en el que comparte escenario con Cayetano Fernández y Edu Morlans, frente a un público especialmente joven rendido ante el auténtico musical español.

Había dudas, recelos y temor creyendo que la despedida de Rafael Amargo podría afectar al espectáculo. Recayó entonces el peso en Rosa Valenty, que reapareció emplumada tras cinco años de relaciones públicas de un bingo que promocionan sin pudor los Kikos de «Sálvame». No hubo que exclamarlo en el preestreno de esta vuelta revistera, un género del que Lina Morgan se retiró hace 23 años con «Celeste no es un color». Canto del cisne de una carrera mítica. Dejó un vacío cual ese fantasma de la ópera que Valenty asegura sentir en el palco proscenio del teatro La Latina, que muchas veces ocupó el Conde de Barcelona, a quien Celia ofreció su exitosa «Se casa el Rey, y el pueblo se enloquece» ante la boda de Alfonso XIII. Don Juan disfrutaba del género que parecía olvidado. Pero no es así, y se vio en un público especialmente joven y sin nostalgia, de pie, jaleando bravos y rendido ante el auténtico musical español. Músicas de siempre con presentación moderna, lujosa y de buen gusto. Recupera hasta 16 números ya clásicos, como «Vivir», «Chachachá de la risa» y «Pobrecita yo», aquí cantado por Cayetano Fernández en un transexualismo acorde con la polémica de estos días.

Nadie reparó en la falta del bailarín flamenco habituado a portazos que, según decían, fue cesado tras tirarle una silla al director. Prepotencia de otro tiempo. Él se creía la vedette de un teatro de revista. También empezó siendo corista con La Chunga, como proclama la canción cómicamente revivida por Pepa Rus. La ovacionaron entregados a este «revival» como pocas veces he visto. Fue una noche apoteósica en La Latina que, con el Maravillas, el desaparecido Teatro Martín, feudo de Queta Claver y Muñoz Román, o el superviviente Calderón acogieron veladas tan glamurosas como la de este «Chico de revista», que trastoca lo habitual, antaño centrado en una vedette. Aquí el protagonista es un cordobés bailarín como Amargo, tan ácido que se hace «vedetto». Pocas horas antes del portazo, comiendo con la Peña IV Poder en Casa Lucio, hablé con él. «Esta –y señalaba despectivo la nuca de Rosa– se cree muy buena, pero yo siempre soy el protagonista», proclamaba. Pero en cinco días lo reemplazó admirablemente Edu Morlans, casi prohijado por Jorge Javier Vázquez tras fliparlo en su primera experiencia escénica. Mantiene mano a mano con el físicamente menos rotundo Cayetano Fernández. Comparten protagonismo. Dos tipos de galanura, reconocía Carmen Grey al tiempo que añoraba sus 17 años, cuando debutó en la revista.

Ante las camareras masculinizadas añoramos a Sara Montiel, que también grabó «La pícara ingenua» del maestro Guerrero, y recordamos cómo gracias a Ana Botella le montamos un entierro oficial con policías motorizados y admiración póstuma ante el Cine Callao que reponía «La violetera». Una noche con irreprimible nostalgia: conocí y hasta acompañé a Celia y a su hermana Amelia –que era igualita a su dorado perro cocker– en alguna gira. El guionista Araque inventa un diálogo con Carmen Polo pidiéndole ayuda para que no derriben un teatro. Deforma lo que realmente pasó, porque la Generalísima le avaló un crédito tras arruinarse con «Buenos días, amor», donde trabajaron desde mi entrañable y dentona María Martín, hasta Chicho Gordillo y José Luis Coll, aún no pareja del inefable Tip. Era muy Broadway y no funcionó porque en Madrid gustaban los argumentos de historia a diferencia del Paralelo, pródigo en musicales más bailados, como «Carrusel mágico», de Joaquín Gasa, otro renovador. Desde su Apolo Matías Colsada exprimió con Tania Doris el estilo capitalino reforzado por Luis Cuenca, tan efectivo como Alady, Cassen, Alfonso Godá, Carlos Casaravilla o Juan Barberá, último galán de esa Gámez aún sin calle perpetuadora en una ciudad a la que dedicó canciones como el exaltador «¡Viva Madrid!», ya no digamos «Pichi» o esa calle de Alcalá donde la florista viene y va, igual que de estilos la coplera María Vidal, polémica protegida de la Jurado, que la eligió en «Azabache». Aquí reinventa «Nena», de Eduardo Zamacois, otro modo de Raquel Meller o el inmortalizado por Saritísima. Apoteosis con una docena de bailarines de frac rojo secundados por Ángel Pardo, Andreu Castro, Amelia Font y Valenty en estado de gracia. Aún enamora a sus setenta. Tienen éxito para meses. Repetiré más de una noche. Me siento rejuvenecer como en manos de las Massumeh.