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Studio 54: Se busca camarera para servir cocaína

Liz Taylor, una asidua al local
Liz Taylor, una asidua al locallarazon

Uno de sus propietarios revela en un libro los secretos del legendario club de Manhattan

El mítico Studio 54 de Nueva York vuelve al primer plano de la actualidad gracias a las memorias escritas por uno de sus propietarios: Mark Fleischman. En ellas revela la cara oculta de los privados del club neoyorquino y las fiestas salvajes que se organizaban con los famosos que acudían cada noche al extravagante club de Manhattan. Lo más chocante no es tanto el consumo de alcohol y drogas y las descomunales pasadas de los actores y celebridades que lo frecuentaban, como las pequeñas anécdotas que adornan el libro. Cuenta Mark Fleischman que tuvo que contratar a una bella azafata para que tuviera dispuestas y perfectamente alineadas las cuarenta rayas de cocaína que esperaban a los invitados VIP cuando entraban en su oficina privada y se acercaban a la mesa de su despacho. Que Studio 54 fuera el epicentro de la droga en los años 80 es un hecho incontrovertible que este libro, como los registros policiales, convirtieron en uno de las disco más célebres.

El autor asegura que ha escrito la verdadera historia de Studio 54. Fleischman se hizo cargo del club en 1981, cuando sus propietarios Ian Schrager y Steve Rubell fueron encarcelados por evasión fiscal en 1980. Entre las numerosas anécdotas de estas «memorias», Fleischman cuenta las aventuras del grupo llamado «la patrulla del amanecer», formado por Robin Williams, Dodi Fayed y Christopher Reeve, que al cerrar las puertas de Studio 54 montaban en una limousine que les facilitaba el propietario para recorrer los «afters» del barrio donde se ubicaba el «mercado de la carne», el Meatpacking District, y bailar hasta el amanecer.

Los calentones de Alec Baldwin

Tras el primer cierre por la policía, Fleischman relanzó Studio 54 con el reclamo de «champán y cocaína» para volver a atraer a artistas como John Belushi, Keith Richards y Andy Warhol, que compusieron, junto a clásicos como Liza Minnelli, Truman Capote, Bette Davis, Liz Taylor y Rudolf Nureyev, el grupo de dipsomaníacos y amantes del polvo blanco más bulímico de la historia del clubing mundial. Cuenta también la participación de famosos en las monumentales orgías que se organizaban en los palcos y reservados de Studio 54. Por entonces, Alec Baldwin era ayudante de camarero en éstos y tuvo que dejar el trabajo por los calentones que cogía al ver aquellas escenas dignas de un filme tan tórrido como «Boogie Nights».

Los factores que hicieron famoso Studio 54 fueron tres: la música que ponían los DJ’s, los famosos que llenaban la sala VIP y la política de entrada al club. Los primeros dueños querían que hubiera expectación en la puerta, que la gente suplicara por entrar y que solamente los escogidos por el portero, una mezcla de gente guapa y jóvenes macizos, accedieran a la pista, dispuestos a todo por alternar con los famosos. Y los famosos, por conocer carne fresca. Celebridades y desconocidos de distintas tendencias sexuales alternaban con naturalidad tanto en la monumental pista de baile como en los reservados del club. En esta memorias tan controvertidas se airean informaciones que hasta hoy era un secreto a voces y podían leerse en escritos apócrifos de camareros que tuvieron la oportunidad de presenciar las fiestas como la de Bianca Jagger, que entró en el club montada en un caballo blanco.

Se cuenta que a la inaugural de Studio 54, Carmen D’Alessio envió 5.000 invitaciones a famosos de su lista de contactos. Dalí, Liza Minnelli, Mick Jagger y los Trump lograron acceder al local entre apretujones y la locura colectiva de los miles de neoyorquinos que pugnaban por entrar, mientras que –se cuenta– Frank Sinatra, Woody Allen, Warren Beaty y Cher fueron rechazados por el mismo propietario de la disco, Steve Rubell, que seleccionaba a su antojo a los invitados. En Studio 54 se daba cita la jet-set internacional. Eran fijos famosos alcohólicos, estrellas pop y pintores y escritores veteranos residentes cada noche como Truman Capote, Liz Taylor, Liza Minnelli y Bette Davis, que alternaban con la nueva meritocracia del rock: Mick Jagger, Michael Jackson y Diana Ross, secundados por Mohamed Ali, Brooke Shields, Warren Beatty, Calvin Klein y Dolly Parton, que una noche de redada tuvo que huir por la escalera de incendios, cuando había llegado a Studio 54 a lomos de un impresionante caballo.

El trampolín de Madonna

Triunfar en el escenario de Studio 54 era un trampolín a la fama: allí comenzó su carrera Madonna; Grace Jones estrenó «La vie en rose»; relanzó su carrera Diana Ross y animaron las noches más turbias Village People y Chic. Michael Jackson bailaba en el privado cuando el DJ Boots pinchaba su música o se mezclaba con la multitud cuando todavía no tenía agorafobia. En la pista, mientras descendían impresionantes columnas luminosas, giraban los robots y sonaba la mejor música disco del mundo, la gente bailaba enloquecida recortados sobre la imagen del estudio, «The Man in the Moon», una Luna que esnifaba coca con una gran cuchara plateada, que se movía rítmicamente. Pero donde en realidad se concentraba la acción era en el tercer piso, en la famosa Rubber Room, que, según cuentan los camareros, «era donde las celebridades hacían que Sodoma y Gomorra pareciera una guardería».

La sala VIP, en realidad, estaba en el sótano, con la máquina del millón de Elton John, lugar discreto por ser donde se celebraban las fiestas más íntimas de los famosos y cuyo acceso estaba muy restringido a estrellas y ligues. La consigna de Steve Rubell era: «Quiero que todo el mundo sea guapo y divertido». Cuentan que Neil Rogers y Bernard Edwards, del grupo Chic, habían quedado con Grace Jones para producirle su nuevo disco, pero al no apuntar sus nombres en la lista de invitados, el portero no los dejó entrar. Enfurecidos, compusieron «Fuck Off», transformada luego en «Le Freak», que sonaba en Studio 54 cuando se convirtió en un himno mundial. Los mayores éxitos que se oían en Studio 54 fueron «I Love the Nightlife», de Alicia Bridges, «I Love America», de Patrick Juvet, «Let’s All Chant», de Michael Zager Band, «Y.M.C.A», de Village People y «Last Dance», de Donna Summer. De allí surgieron los Dj’s que comenzaron a remezclar los discos de los famosos: John Jellybean Benitez, Tom Moulton y Tony Carrasco.

A los treinta y tres meses de su inauguración, el 4 de febrero de 1980, Studio 54 celebró la muerte de la discoteca más famosa del mundo. Sus dueños fueron acusados de defraudar al fisco dos millones y medio de dólares. En el registro que realizó la policía se encontraron, escondidas en las paredes, bolsas de basura repletas de dólares y paquetes de cocaína. Pero lo más sorprendente fue que, cuando el FBI le pidió a Rubell los archivadores con las cuentas y los abrieron, en vez de los libros de contabilidad, encontraron un alijo de cocaína. Ese fue el final más digno de la primera etapa de Studio 54. La etapa de Marc Fleischman está a punto de llegar en forma de «memorias» que a más de uno que siga vivo se le van a atragantar.