«Es imposible obtener rendimiento intelectual alguno en un ambiente cerrado a 35 grados»

Esto del «veroño» es un neologismo cacofónico que hace fortuna entre quienes lo desconocen todo sobre el clima del sur de España, donde desde tiempos inmemoriales sufrimos el húmedo calor durante el «veranillo del membrillo» o el «veranillo de los arcángeles». El refranero castellano recoge que «por el verano de San Miguel están los frutos como la miel» y hasta en Estados Unidos existe la expresión «indian summer» para definir a esta canícula septembrina. En algunos pueblos de la Baja Andalucía, el santo del veranillo no es Miguel, sino Martín, cuya onomástica es el 11 de noviembre. ¿Y quién no se recuerda buscando la sombra un Día de la Raza o una mañana de Tosantos? La gran industria germinada en torno al apocalipsis ecológico necesita convertir en excepcional cada avatar meteorológico que, por las leyes de la aritmética, siempre estará por encima o por debajo de los promedios. ¡Por eso mismo se llaman promedios! Así, en el julio fresquito que disfrutamos –la noche del 26, festividad de Santa Ana y San Joaquín, los hinchas fueron a ver el Sevilla-Ujpest al Sánchez Pizjuán ataviados con sudaderas– anunciaba la misma hecatombe que augura esta tórrida semana, y señalan como la antesala del cataclismo esos terribles episodios de gota fría que... se producen todos los años. Sentencioso como sólo los hombres de campo saben serlo, Manolo el capataz advertía en los agostos suaves. «Ya llegará. El calor no se lo come el lobo». Ha llegado con el curso escolar en marcha para desesperación de profesores y alumnos, que se cuecen literalmente en las aulas porque en la Consejería de Educación, desde sus despachos refrigerados, no entienden que es imposible obtener rendimiento intelectual alguno en un ambiente cerrado a 35 grados. ¿Hay calefacción en los colegios de Burgos? Pues eso.