Barcelona

Granada frente a su oscura montera

El nitrógeno es el elemento químico más abundante en la atmósfera del planeta. En ciudades como Granada, la concentración de compuestos nitrogenados se dispara. Que suceda en Madrid o en Barcelona, las dos grandes capitales del país, tiene un pase pero que sea la blanca Granada uno de los tres municipios españoles señalados por la Unión Europea por sobrepasar los niveles permitidos de NOx no deja de resultar paradójico. Una ciudad que llegó a tener ínfulas de balneario ha transformado en una víctima más de la contaminación de la era industrial.

Rubén, estudiante de Derecho, reconoce que a veces, a ciertas horas de la tarde, le cuesta apreciar con nitidez el color blanco de la nieve de Sierra Nevada. «Aquí, ciertos días, los atardeceres vienen acompañados de una enorme nube de polución que hace de boina oscura y fea, aunque no se nota al respirar», dice mientras se termina una cerveza junto a la Plaza Nueva.

La polución granadina es una realidad admitida ya por el granadino medio, si bien no está igual de consensuado el motivo que subyace a esta sobrevenida fealdad casi decimonónica. Que si el tráfico, que si la proliferación de los aparatos de aire acondicionado y de calefacción, que si la industria de la construcción... «Lo que no es Granada es el paraíso natural que algunos quieren vender», concluye Rubén, para quien la responsabilidad de esta degradación está debida a factores evitables y a otros menos evitables.

La acumulación de compuestos nitrogenados en la atmósfera suele estar asociado a la concentración de vehículos que usan combustibles fósiles. Siendo un fenómeno reparable, lo es menos acabar persuadiendo al ciudadano a dejar de comprar o usar el automóvil. Granada registra una población de más de 250.000 habitantes, pero se incrementa a 540.000 si se cuenta con un área metropolitana que se ha ido poblando al mismo ritmo que se ha despoblado el interior serrano. Es el signo de los tiempos, como lo es que todo hijo de vecino pretenda prosperar.

«¿Cómo puede decírsele a alguien que en verano no encienda el aire acondicionado o en invierno deje de poner la calefacción?». La autora de esta pregunta retórica es Paula, una voluntaria ecologista de 57 años que está comprometida con la plataforma Por un Realejo Habitable. El barrio, su barrio de nacimiento, ha cambiado «una barbaridad» su fisonomía en las últimas décadas. El continuo paso de taxis y autobuses turísticos, sostiene Paula, no sólo provoca el aumento de NOx en la capital sino que «es un peligro para la seguridad en estas calles tan estrechas».

Por un Realejo Habitable es uno de estos modernos colectivos que se comunica por las redes sociales, desde las que plantean actuaciones en la calle. Para Paula, profesora de Lengua, las exigencias deben ir dirigidas principalmente a la Administración. «El Ayuntamiento podría haber renovado su flota de autobuses por unos eléctricos», sugiere antes de referirse a unas «pantallas vegetales y antirruido» en la circunvalación, con objeto de limitar la difusión de la contaminación del tráfico.

A Andrés, que se toma un café en el bar El Granero, le parece que hay quienes pierden la cabeza con la materia. «Algunos viven de asociaciones subvencionadas», critica este granadino de 61 años que vive cerca de la capital, en Peligros. Andrés no sólo apunta a la Administración sino que se desahoga contra los administradores. En tanto apura la taza, se refiere a lo que considera «la última broma». El Ayuntamiento ha diseñado un plan de choque consistente en una cuba gigante de agua para baldear. «Dicen que así se combatirá que las partículas PM10 y PM2.5 depositadas en el suelo asciendan al aire. Un disparate», define Andrés aludiendo a la pelmaza de barro que irá acumulándose.

Andrés es de los que cree que la geografía tampoco acompaña. Granada está ubicada en un valle rodeado de montañas, lo que dificulta el paso del aire. En esta cuenca, aseguran los científicos, se producen fenómenos de presión y temperatura en invierno que impiden salir al aire contaminado. Algunos piden ya que se prohíba «la quema de rastrojos» en la Vega, otra práctica arraigada a la tierra. Y así la ciudad responsabiliza al campo.

En una docena de centros de enseñanza granadinos se retransmite, como ejercicio formativo, la evolución de la montera de contaminación que evoluciona desde por la mañana y que es captada por una cámara mantenida con el erario público. Todo sea por que los futuros ciudadanos de Granada pasen frío en invierno y, por tal de no usar el coche, se queden en el sofá de casa los fines de semana.