Política

Sevilla

La boda de Simón

El sábado, nadie sabía dónde estaba el arzobispo, quien probablemente estuviese rogando al Altísimo para que los miembros del Cabildo catedralicio reencontrasen el camino, pues consintieron que la Capilla Real acogiese un desfile de vanidades obsceno

La presentadora Pilar Rubio y el futbolista Sergio Ramos se casaron el sábado en la Catedral de Sevilla/ Foto: Ke-Imagen
La presentadora Pilar Rubio y el futbolista Sergio Ramos se casaron el sábado en la Catedral de Sevilla/ Foto: Ke-Imagenlarazon

El sábado, nadie sabía dónde estaba el arzobispo, quien probablemente estuviese rogando al Altísimo para que los miembros del Cabildo catedralicio reencontrasen el camino, pues consintieron que la Capilla Real acogiese un desfile de vanidades obsceno

Dice San Pedro al mago Simón, según el Libro de los Hechos de los Apóstoles: «Vaya tu dinero a la perdición, y tú con él, pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero». El pecado de simonía, desde entonces, consiste en la compra o la venta de cosas espirituales y era la peor lacra de la Iglesia cuando Lutero cismó a media Europa a causa de alguna cuestión doctrinal, sí, pero sobre todo al grito de «¡Roma ladrona!» (...) El cardenal Pedro Segura, arzobispo de Sevilla, un burgalés monárquico y severo que anatemizó el baile agarrado, se retiraba a San Juan de Aznalfarache cada vez que el general Franco visitaba la Catedral de Santa María de la Sede, de la que el dictador se hacía sacar bajo palio. Era el único acto de resistencia que permitía el nacionalcatolicismo en la primera posguerra y no resultaba baladí que el titular de la diócesis protagonizase estas clamorosas ausencias durante las visitas del Jefe del Estado a sus predios. Su tercer sucesor en la sede hispalense, monseñor Asenjo Pelegrina, también es castellano, de Sigüenza, y tampoco ha conectado con el alma folklórica del sevillano como sí lo hizo el vallisoletano Amigo Vallejo, un franciscano que faltó a clase el día que explicaron cómo vivir conforme a la humildad predicada por el santo de Asís. El sábado, nadie sabía dónde estaba el arzobispo, quien probablemente estuviese rogando al Altísimo para que los miembros del Cabildo catedralicio reencontrasen el camino, pues consintieron que la Capilla Real acogiese un desfile de vanidades obsceno, fuesen sus muros sacros el contenedor un rito paganizante y despojado de toda espiritualidad. ¿A cambio de? Ellos sabrán. Y nadie tome esto como una crítica a los novios que, quizá errados, se limitaron a interpretar la liturgia. El problema es de quien se presta.