Sevilla
«Mis hijos pidieron traer a un niño bielorruso en vez de ir a Eurodisney»
El programa de acogida se resiente por la crisis: hace una década llegaban a Sevilla cerca de 700 menores y este año tan sólo 121
El programa de acogida se resiente por la crisis: hace una década llegaban a Sevilla cerca de 700 menores y este año tan sólo 121
El año pasado Francisco José Flores y Rosa María Lucena se sentaron con sus hijos, que entonces tenían 7 y 8 años, y les plantearon dos opciones de cara al verano: ir a Eurodisney o acoger a un niño bielorruso. La respuesta les causó un gran impacto, puesto que eligieron la segunda opción. El matrimonio no dudó entonces en sumarse a un proyecto que, en Sevilla, abandera una veintena de hermandades y que inició en el año 2001 El Cachorro. Un programa de acogida que, dada la bonanza climatológica de España, es muy beneficioso para una población que sigue padeciendo los efectos del fatídico accidente nuclear de Chernóbil, ocurrido el 26 de abril de 1986. Tales fueron sus consecuencias que se detectó radioactividad en 13 países de Europa central y oriental.
Tras las pertinentes gestiones llegó Iania, el menor de una familia de tres hermanos. Un niño que ya se ha adaptado a la perfección a las costumbres españolas. Éste es el segundo verano que pasa con su familia adoptiva, que reconoce que los primeros momentos junto a él «fueron muy duros» porque era reticente a ciertos hábitos que consideramos normales, como beber agua del grifo. Además, surgió el problema idiomático, aunque Francisco José intentó suplirlo «aprendiendo frases típicas rusas, sólo para entendernos en lo más básico». Poco a poco se fueron ganando su «corazoncito», aunque el punto de inflexión llegó cuando descubrió la playa. «Allí todo es mucho más distendido. Se convirtió en uno más de la familia junto a los primos y los abuelos». Una vez superada la «conquista», lo demás llegó solo. Tanto que, a su llegada este año, fue recibido efusivamente por su familia española y luego durmió plácidamente tras 18 horas de viaje.
Tan positiva ha sido la respuesta de sus hijos que Franciso José no duda en asegurar que ellos «son los grandes héroes de este programa». «Ellos comparten sus padres y su casa», asegura. Además, Iania habla el «idioma universal del juego», así que «contribuye a hacer todo muy más natural».
La crisis, sin embargo, se ha cebado con un una iniciativa que tuvo su momento más álgido durante los años 2006 y 2007, cuando llegaban a Sevilla cerca de 700 niños. La semana pasada, cuando aterrizaron en dos vuelos, fueron un total de 121. Un programa que se desarrolla también en Estados Unidos, Inglaterra e Italia. Este último país, por ejemplo, acoge cada año a cerca de 30.000 niños. En España, el País Vasco fue punta de lanza. La experiencia la repitieron luego Barcelona, Madrid, Córdoba, Málaga y la capital hispalense, donde tuvo mucha aceptación durante tres años seguidos.
La responsable de prensa del programa, Mª Ángeles Muñoz, asegura que «falta información» sobre el programa, puesto que es una iniciativa «beneficiosa para su salud, no para que pasen unas vacaciones fabulosas ni llenarlos de regalos». De hecho, 40 días en España les alarga la vida casi dos años, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Respirar aire puro, sol y comer sano. Éstas son las claves de una estancia que numerosos padres han tenido que rechazar por las apreturas económicas.
Según Muñoz, «hace seis o siete años había gente con trabajo estable que acogía cada verano a un niño, pero muchos perdieron el empleo y dejaron de hacerlo», puesto que «supone un gasto añadido a la economía familiar». De hecho, reconoce que es un programa «costoso», aunque son las hermandades las que sufragan la mayor parte de los gastos, pero las familias «siempre tienen que aportar, además de hacerse cargo de su manutención». Otro problema es que, al cumplir 17 años, se quedan fuera del programa y, al surgir un nuevo grupo de niños, éstos se quedan sin familias de acogida. No obstante, las familias colaboran con las hermandades durante todo el año con rifas para que la iniciativa siga viva.
Durante su estancia aquí lo que hacen es «vivir en familia», señala Muñoz. «Los llevamos a la piscina y a la playa, salimos por las noches y les enseñamos nuestra forma de comer». Actividades que se completan con otras en grupo, como excursiones.
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