Educación

Poeta (andaluz) en Nueva York

La crisis rampante de los medios de comunicación ha empujado a algunos periodistas (Andrés, Alberto, Macarena...) a sacar la oposición para enseñar en secundaria y bachillerato, esa función básica para la sociedad que el novelista Luis Manuel Ruiz, profe en sus ratos libres, define con agudeza como «romanizar a los bárbaros». Cientos de ensayos tratan hoy de explicar los porqués del auge de los nacionalismos en Europa, pero basta una somera lectura de los planes de estudio andaluces para condolerse por la miopía de unas autoridades que glorifican al terruño y exaltan el hecho diferencial en detrimento del humanismo, si es que ese concepto aún se comprendiese. Por ejemplo, un alumno aquí alcanza la universidad sin haber leído un renglón del Quijote aunque después de haber celebrado de forma O-BLI-GA-TO-RIA el Día del Flamenco –con esa profusión de mayúsculas tan cara a burócratas y analfabetos, valga la redundancia– en cada uno de los cursos transcurridos entre sus 6 y sus 18 años. Cundiría la tentación de achacar la postergación de Cervantes a un malévolo plan para evitar que algún alumno avispado descubra el evidente paralelismo entre la administración juntera y el Patio de Monipodio, pero eso sería presuponer cierto nivel de ilustración en los comisarios de la consejería: una injuria vil, o sea, porque si algo puede afirmarse sin miedo al error es su minuciosa ignorancia. El bachiller andaluz obra prodigios como estudiar la Generación del 27 sin poner sus ojos en un verso de Salinas o de Guillén, no vaya a ser que sufra un ataque de universalidad al descubrir eso que en el mundo se conoce como Literatura Española. Lorca fue un poeta en Nueva York, sí, que es esa ciudad famosa por los espectáculos subvencionados que monta Cristina Hoyos en uno de los mil teatros de Broadway.