Literatura
«Envejecer siempre es perder»
Hanif Kureishi compone en «Nada de nada» una farsa tragicómica sobre las limitaciones de la vejez
La vejez tiene rasgos de diablo ladrón, de saqueador con risa burlona que deja a sus víctimas poco a poco sin nada. No importa quien sea, nadie tiene arma, herramienta o recurso para combatirla.
La vejez tiene rasgos de diablo ladrón, de saqueador con risa burlona que deja a sus víctimas poco a poco sin nada. No importa quien sea, nadie tiene arma, herramienta o recurso para combatirla. La vejez, entonces, rie en un eco histérico y enloquecedor que subraya todo lo que nos ha robado, todas nuestras faltas, todas nuestras pegas, todas nuestras limitaciones. La risa es como uno de esos puñales que no dejan sangre, no dejan avisos, sólo roban aliento y amedentran al hombre que reacciona lleno de ira o lleno de pena. En la vejez, es lo mismo, una tristeza desenfocada y sin hambre.
Ahora bien, existen mecanismos paliativos para disimular la humillación. Sin fuerza para revolverse y luchar, el viejo cuenta con un pequeño truco de mago, torpe, ingenuo y borracho, pero mago al fin y al cabo, burlarse del burlador. Si un viejo se ríe de la vejez y sus devastaciones, lo que logra es camuflarse en el eco de esas carcajadas del diablo ladrón. Éste, confundido, reconvertido en cabra, no podrá hostigar más a su víctima y huirá con balidos en boca rota. El viejo seguirá siendo viejo, por supuesto, quizá lo será todavía más, pero parecerá más elegante, y por tanto, respetable. Ni siquiera será ya viejo, sino anciano, eufemismo que significa veijo revitalizado por la impresión de inteligencia práctica.
Hanif Kureishi está a punto de convertirse en ese viejo saqueado, pero está decidido a que todo el mundo le vea como un venerable anciano, un sabio estoico capaz de reírse de sus propias desgracias. Para ello acaba de publicar «Nada de nada», (Anagrama) novela tragicómica en la que se pone en la piel de un vitalista octogenario, ahora impedido y humillado por una mujer adúltera, que tendrá que utilizar toda su fantasía, rabia y humor, lo único que el tiempo no le ha robado, para buscar su reinserción en la vida.
El autor de «El buda de los suburbios» asegura que empezó a oír una voz en la cabeza, la voz agitada de un viejo director de cine postrado en una silla de ruedas después de años de virilidad, líbido desatado y euforia creativa. A partir de aquí sintió la urgencia de escribir su historia y verle protestar con su propia degeneración. Porque cada vez que tenía una imagen más nítida de aquel hombre, más veía que su historia era mucho más que la anécdota de una vida sino que explicaba una realidad superior «Me parecía evidente que no estaba contando la historia de viejo, sino la de nuestro tiempo. Vivimos en una época que da mucho miedo, una era exhausta, que sabe que algo ya no funciona, que se acerca un final y vive con esa angustia y ese freno», comenta Kureishi.
Porque, lamentablemente, todos somos viejos en este arranque del siglo XXI, un tiempo de un capitalismo caduco que da sus últimos coletazos y una generación que lo ve y se comporta como ratas en un naufragio, desesperados por sobrevivir cueste lo que cueste. «Tengo tres hijos y no tienen trabajo y no tienen casa y saben que no tienen futuro. Esto no significa que no lo pasen bien, pero demuestra que vivimos un tiempo extinto y exhausto. Lo único que nos queda, porque soy optimista, es el humor, que es la forma más elevada de esperanza», señala el autor de «Intimidad».
La novela nos presenta a Waldo, un aplaudido cineasta que después de una vida de éxitos y reverencias, ahora vive postrado en una silla de ruedas con la amenaza del olvido y la muerte. A pesar de ello, todavía conservará sus fuerzas para vivir aunque sólo sea a partir de la imaginación, hasta que un día descubre a su mujer engañándole con un horrible crítico de cine. Las fauces empezarán a crecerle clamando venganza, pero es dífícil vengarte de alguien cuando a penas puedes moverte, así que lo único que le quedará será afilar el ingenio. «Envejecer siempre es perder. Tengo la sensación que uno se va llenando hasta que llega a la mediana edad, toca un tope y apartir de aquí es aprender a ir perdiendo cosas. Pierdes capacidades, trabajo, estatus, amigos y familiares, que se van muriendo, hasta que poco a poco te quedas sin nada. No importa que seas un billonario o un hombre que no tiene nada, a los dos le pasará lo mismo», asegura Kureishi.
Una visión compartida
Jules Renard solía decir que: «Da igual lo viejo que seas, lo que importa es cómo seas viejo». Así es. El célebre actor John Barrimore estaba de acuerdo asegurando que: «Un hombre no es viejo hasta que sustituye sueños por lamentaciones». Por su parte, P. G. Wodehouse aseguraba que: «Sólo existe una solución para las canas, la guillotina». Y John Irving, viejo más que anciano, aseguraba que: «Si vives lo suficiente, acabas siendo una caricatura de ti mismo». Kureishi parece aceptar esta acepción. «Siempre me han interesado la gente mayor. Mi madre tiene ahora 94 años. Muchos amigos míos tienen hijos y todavía tienen a sus padres vivos, con lo que conviven a la vez con estas tres edades. Esto te permite ver la perspectiva del tiempo», asegura.
Kureishi afirma que «ahora tengo más miedo que nunca» con el auge de los populismos por culpa de la desafección y la aceptación del racismo en la agenda política. «Ahora se permite decir cosas que hace diez años serían inpensables. Gente como Boris Johnson incluso se permite insultar a los más débiles, como las mujeres musulmanas», dice. Burlarse de la decadencia es la única forma de denunciarla y,por qué no, prevenirla. «A falta de mejor juicio, sigo siendo optimista. Vivimos tiempos de enorme hipocresía a los que hay que responder con cinismo y alegría», dice.
«Nada de nada»
Hanif Kureishi
Anagrama
179 págs.
16,90 euros
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