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La venganza del periodista deportivo

Las editoriales recuperan a Ring Lardner, el gran pionero del relato cómico

Ring Lardner ante su legendaria máquina de escribir
Ring Lardner ante su legendaria máquina de escribirlarazon

Las editoriales recuperan a Ring Lardner, el gran pionero del relato cómico

Si bautizan a un niño como Ringgold Wilmer pueden pasar dos cosas, que se convierta en un psicópata con dos manías, matar monjas y no lavarse nunca los dientes, o que se ría del asunto, reaccione, y se transforme en uno de los mejores escritores satíricos de la historia. Por suerte para la humanidad, Ring W. Lardner escogió el camino correcto o escondió muy bien sus crímenes, el muy canalla. Lo que hizo fue acortarse el nombre, quitándose el «gold» y el «ilmer» y empezó a escribir. El resto es historia, una con mucho alcohol, béisbol, salsa de tomate, teatro, jazz y unos cuentos de prosa directa, humor inesperado y cierta ternura.

Amigo del alma de Scott Fitzgerald, héroe de adolescencia de Ernest Hemingway, quien firmaba como Lardner Jr sus artículos en el instituto, adorado por Virginia Woolfe y otros ilustres sin sentido del humor, Lardner es hoy un escritor que muchos tienden a mirar por encima del hombro, pero a quién le importa, si no tienen un loro, los hombros son aburridos. Lardner no necesita de canon, ni de reconocimiento, ni de gloria, sólo lectores, pues quien tropieza con cualquiera de sus relatos se lo quedará para siempre para él, como un tesoro secreto que no se comparte. A la porra los que se lo pierdan, a la porra los bigotudos sin bigote que deciden admirar sin leer a Tostón Tolstoi o al pobre de ABC Sewald. Porque Lardner no fue nunca uno de esos estirados escritores que hablan de la muerte y fuman en pipa. Era un periodista de deportes que sólo quería ver todos los partidos de béisbol que pudiese y escribir sobre ello. ¿Se imaginan a un periodista deportivo actual con la capacidad de escribir cuentos inmortales? Ring Lardner tampoco, y creyó que lo suyo no eran más que garabatos. Así murió a los 48 años de tuberculosis, con ese convencimiento. Pero que nadie se lamente, sólo tuvo tres ambiciones, el béisbol, el teatro y escribir en revistas, y las consiguió las tres.

En los últimos años, las editoriales españolas han decidido que ya era hora de que este tesoro fuese más conocido y han empezado a reeditar sus títulos fundamentales. Su mejor libro, su primero, sin embargo, sigue sin traducción, «You know me Al», tal vez porque va de béisbol, y aquí el béisbol es menos popular que leer cuentos, vamos. El libro son las cartas de un jugador estúpido, vanidoso y avaro que escribe a un amigo y retratan con ironía el perfil del atleta autocomplaciente que ha existido toda la vida. Cristiano Ronaldo no fue el primero, desde luego.

La moda Lardner la inició Acantilado con «A algunos le gustan frías», una antología de sus relatos. Le siguió la editorial Montesinos con «Campeón», otro recopilatorio en el que aparece, como el título indica, su cuento más conocido por la versión cinematográfica y lacrimógina que protagonizó Jon Voight en los 70. Después llegarían «Los viajes de Gullible» (Erasmus); su mejor recolección de cuentos «Cómo escribir relatos» (Zut ediciones); y acaba de salir «La gran ciudad» (La Fuga). Cualquiera diría que sus textos ya están libres de derechos. ¿Lo están? Mejor para todos.

En «La gran ciudad» Lardner nos cuenta la historia de tres estrafalarios personajes que deciden ir a la gran manzana a ver mundo y divertirse. Los que acabarán por divertirse serán sólo sus lectores, pobrecillos.