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Más de una vez me han preguntado por qué dedico parte de mi tiempo a una actividad tan poco lucrativa como es la defensa de policías en general, sean del cuerpo que sean. La respuesta es sencilla, el dinero no lo es todo en la vida, la satisfacción interior, el orgullo de lo que uno hace o consigue muchas veces es más importante que el cobro de la minuta por un trabajo hecho por estricta profesionalidad. Esa es la palabra “profesionalidad”, y esa es la clave por la que me gusta defender policías, defender a aquellos que nos defienden, cumplir con la toga aquella máxima militar “la oveja vive tranquila pensando que el lobo no vendrá nunca, el perro pastor se pasa la vida entrenándose para cuando ello suceda”. Los policías son profesionales que viven entrenándose para cuando eso sucede, para cuando alguien se salta la ley que todos juntos nos hemos dado. Viene esto a colación porque en el famoseo de juicio del llamado “procés”, todo el mundo ha podido ver como declaran, cual es el criterio, como no hacen falta papeles, aunque puedan ser utilizados, para contestar a un interrogatorio, quienes nos defienden. Un profesional mira de frente, transmite seguridad, sobre todo si son hombres o mujeres forjados en circunstancias difíciles, ha algunos de ellos he tenido el honor de defenderlos, e independientemente del fondo de las declaraciones en el que no me corresponde entrar, no puedo evitar sentir una vez más el orgullo de un camino que emprendí hace ahora ya muchos años. A un Tribunal excepcional le corresponderá valorar lo que pasa en el juicio, a los tertulianos arrimar el ascua a su sardina. A los que estuvimos, estamos y estaremos con los que visten uniforme, sólo nos queda decir, «mi Teniente General, mi Coronel, Jefe Superior, siempre con vosotros».