Cine
¿Son los superhéroes los malos?
La figura de los personajes de los cómics empieza a ser cuestionada puesto que invitan a la pasividad
La figura de los personajes de los cómics empieza a ser cuestionada puesto que invitan a la pasividad.
La figura del héroe es compleja, desde las epopeyas semíticas de Gilgamesh, a los relatos furiosos y fundamentales homéricos, pasando por la épica de los caballeros de la mesa redonda o las imposibles hazañas del Cid. Y son figuras complejas no tanto en sí mismas, como en la forma en la que son percibidas. Porque nadie puede autoproclamarse héroe, como demostró Cervantes en «El Quijote», pues un héroe sólo lo es por la percepción de los demás, no por sus actos. Es decir, Gilgamesh o Aquiles o Ulises o Lancelot no son héroes por lo que hacen, sino por cómo los demás cantan lo que hacen. El Quijote hubiese sido caballero a la primera sólo con que Cervantes se lo hubiese permitido. No lo hizo. Y creó un hombre, no un héroe. Los hombres son definidos por lo que hacen. Esa es la diferencia. Los hombres, por tanto, deberían considerarse mil veces mejores que los héroes, pues son responsables de sus actos. Esto demuestra que «héroe» no es un verbo, porque no lo determina acción alguna, sino un adjetivo descriptivo que en realidad es siempre muy caprichoso y, por tanto, peligroso, manipulable y cruel.
Pero los héroes ya han muerto, no existen, ahora hay una nueva cepa superior, los superhéroes. Los héroes murieron en el siglo XIX, cuando el romanticismo los convirtió en algo arcano y kitch, ridículas representaciones de un tiempo no real, de un ahora que los caricaturizaba y convertía más en parias que en héroes. Un héroe sólo lo es por la percepción de los demás, si los demás los perciben como parias, eso es lo único que son, hagan lo que hagan. Así arrancó el siglo XX, sobre excitado con un mundo que se ponía en manos de la acción de los hombres, no en las leyendas de una vida mejor de los héroes. Claro, hasta que las guerras mundiales convirtieron la acción del hombre en el mal absoluto y se volvieron a necesitar superhombres.
Aquí surgieron los superhéroes, figuras que nos acompañan desde entonces y que ahora parecen vivir su máximo esplendor. Porque un hombre que abomina de su propia responsabilidad ante sus acciones, necesita inventar poderes divinos que nos protegan de nuestra propia tendencia a la destrucción o la tontería para seguir comportándose como un necio. Es decir, los superhéroes no son más que la excusa que crea el hombre para seguir comportándose como unos imbéciles sin escrúpulos. Los superhéroes, entonces, no librarían al hombre de ningún mal, sino que les daría libertad para caer en todos. Que el domino de los superhéroes en la cultura popular haya coincidido con la era que encumbra a personajes como Donald Trump no deja de ser sintomático.
En definitiva, la idea de que con la decepción y desconfianza del hombre respecto a sí mismo necesite crear una figura sobrehumana que lo domine y vigile sólo es una respuesta infantil a un esquema similiar a la relación paterno filial. El hombre ha creado para sí mismo la figura de un padre que sabe que nunca será muy severo y que le permitirá vivir a sus anchas y, sobre todo, a sus caprichos. ¿Pero hay que culpar a los superhéroes de todo esto? Por supuesto que no, los superhéroes no existen, como los héroes sólo son la proyección de los ideales que les hombres les ceden y que les gusta cantar.
Y esta repetición del esquema paterno filial también crea un nuevo problema, la delegación de toda responsabilidad. Para qué voy a hacer nada si tengo a un superhombre que lo hará por mí, y mucho mejor. Esta dejadez y pasividad atrofia la voluntad y crea espectadores. Es decir, los superhéroes existen, en realidad, en esta época, porque crean sobre todo espectadores, que son lo que los estudios de cine quieren para seguir ganando más y más dinero. Todo es un círculo perverso en la que, como siempre, ganan pocos y pierden muchos. Tampoco es tan extraño, esa es la definición de ganar, pero eso no quiere decir que se tenga que renunciar a la victoria.
Ya en la creación de «Los vengadores», el gran éxito de Marvel de 2011 que reunía por primera vez a un grupo de superhéroes en la gran pantalla se hablaba de crear este supergrupo para que «peleen las batallas que nosotros no podemos ganar». Establecer qué se puede y no se puede ganar es relativo. Anteponer el fracaso no es realista, es simplemente una atrocidad moral. Determinar de antemano el resultado de una acción que no ha sucedido no es ni realista ni científico, es sólo una vulgaridad de unos hombres que buscan en la idea de si mismo su poder, más que en la posibilidad de sí mismo. Y eso es simplemente falta de imaginación.
Los superhéroes, por tanto, son un peligro ético y emocional, algo que sus propios creadores han sabido desde los años 80, desde que Alan Moore se preguntase «quién vigila a los vigilantes» en «Watchmen». La última demostración de esta noción «maligna» de los superhéroes se puede ver en la maravillosa «Los increíbles 2». En la película de Pixar, que es lo mismo que decir Disney, con lo que es lo mismo que decir Marvel, el villano quiere desacreditar a los superhéroes porque, en su opinión, fueron los causantes de la muerte de sus padres. De nuevo, los superhéroes sólo lo son por cómo son percibidos, no por sus actos. Esta película lo deja muy claro. El padre de la villana fue asesinado por unos ladrones que habían entrado en su casa cuando se apresuró a los teléfonos directos que tenía para hablar con sus amigos los superhéroes. Ninguno contestó y los ladrones le mataron antes de que pudiera avisar a nadie. Su mujer, sin embargo, sobrevivió encerrada en una habitación del pánico, al que los ladrones no tenían acceso. La mujer intentó convencer a su marido de que se ocultase con ella, pero él insistió en avisar a un superhéroe para que los salvara y detuviese a los malos.
Aquí vemos cómo la figura de superhéroe puede degenerar y determinar negativamente el comportamiento de un ser humano. El padre podría haberse escondido en un invento creado por el superingenio humano como una habitación del pánico y haber sobrevivido sin problemas. Aún así, tiene razones reales la villana de culpar a los superhéroes por la muerte de su padre? Cuando creamos a los superhéroes es para deshacernos de cualuier respnsabilidad de nuestros actos, por tanto, el padre, que es el que abusó de su confianza en los superhéroes, no es culpable, las resonsabilidades de sus actos se han desplazado a los superhéroes.
Ya lo avisa el escritor George R. R. Martin, responsable de «Juego de tronos»: «No hay héroes... en la vida, los monstruos ganan». Lo que puede tener razón, pero otra vez es un juicio salido de la desconfianza de la responsabilidad de los hombres en sus propios actos. Los monstruos sólo ganan cuando desplazamos nuestra responsabilidad a otros y no nos transformamos nosotros no en héroes, que es una ficción contaminada de nosotros mismos, sino en verdaderos hombres, aquellos que actúan para cambiar las cosas, no para repetirlas.
Como decía Holderlin: «Únicamente creen en lo divino, aquellos que también lo son». En este caso, podríamos decir que «únicamente creen en lo humano, aquellos que también lo son». Porque cuando Nietzsche, por ejemplo, habla de superhombres, en ningún caso podemos equipararlo a la idea de superhéroe, sino a la idea de un hombre tan consciente de la posibilidad que encierran sus actos que es capaz de imaginar hasta lo imposible y realizarlo. La única película que debería realizar Marvel sería «Superhombres contra superhéroes: el inicio de una nueva era».
Interacciones filosóficas
La figura de estos personajes es tan omnipresente que las librerías, por ejemplo, se han llenado de ensayos para analizar con detenimiento su importancia cultural. El libro más brillante y certero está firmado por uno de los creadores de cómic más fascinantes de la actualidad, Grant Morrison, que en «Supergods. Héroes, mitos e historias del cómic», traza la trayectoria que va desde la creación de Superman y Batman en los años 30 a su evolución de una experiencia hacia la luz a una experiencia hacia la oscuridad, demostrando que la figura del superhéroe tiene que servir para inspirar a la acción y no a la «expectación».
Umberto Eco ya indagó en la figura del mito contemporáneo en el excelente ensayo «Apolíticos e integrados». Y en «Los superhéroes y la filosofía», Tom y Matt Morris equiparan a los principales personajes de este subgénero literario y artístico con los pensadores tanto clásicos como modernos. Porque el superhéroe no ha de ser un fenómeno euforizante, sino un aciate nervioso que nos lleve a gritar: «¡Yo sí puedo!».
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