Literatura
Todo Josep Maria Castellet
Edicions 62 recoge en un volumen la serie de retratos literarios de nombres como Pla, Ferrater, Gimferrer o Espriu
Hace cuatro años de la desapareció de Josep Maria Castellet, pero su legado sigue vivo. Si hace unas semanas se reeditaba de la mano de Península la antología de 1970 «Nueve novísimos poetas españoles», ahora Edicions 62 ha tenido la buena idea de reunir en un solo volumen tres ensayos escritos por Castellet entre 1988 y 2012.
Hace cuatro años de la desapareció de Josep Maria Castellet, pero su legado sigue vivo. Si hace unas semanas se reeditaba de la mano de Península la antología de 1970 «Nueve novísimos poetas españoles», ahora Edicions 62 ha tenido la buena idea de reunir en un solo volumen tres ensayos escritos por Castellet entre 1988 y 2012. Bajo el título «Retrats literaris» nos encontramos las páginas imprescindibles de «Els escenaris de la memòria», «Seductors il·lustrats i visionaris» y «Tres escriptors amics».
El libro llega en un momento en el que en Edicions 62 se está también trabajando en la creación de un archivo de la memoria con las voces y las imágenes de aquellos que han sido testigos de la vida del sello, ya sea de una manera directa o indirecta. En este sentido, uno de esos testigos privilegiados es otro editor, Jorge Herralde, el fundador de Anagrama. Herralde, que también fue editor de algunos textos del «Mestre», como todos lo llamaban, reflexiona sobre el talento descriptivo de Castellet, un autor al que le gustaba dibujar retratos de grupo. Y hablando de retratos, Herralde rescata en su prólogo uno breve, pero delicioso que él mismo dedicó a Josep Maria Castellet: «Afable, somrient, exhibició fàcil de dents, irònic. També elegantment distanciat. Vam tenir un tracte sempre molt cordial durant molts anys, però no íntim».
Líneas maestras
En «Els escenaris de la memòria», su autor nos explica las líneas maestras para escoger los nombres que aparecen en esta serie de ensayos memoralísticos. Por una parte, buena parte todos tienen en común el ser hombres y mujeres de letras, una atracción hacia el placer por la lectura que le han propiciado Mercè Rodoreda, Rafael Alberti, Octacio Paz, Baltasar Porcel o Montserrat Roig. También hay una parte memoralística de un autor que usa también a estos personajes para hablar de su experiencia con ellos. Sin embargo, Castellet acaba concluyendo que sus textos no son «ni retrats literaris ni trasbalsos autobiogràfics, sempre perillosament impúdics». Injustamente habla de su trabajo como «peces menors i mal transcrites, representades, però, per alguns amics, grans actors de la faràndula literària que he conegut».
Destacar una pieza respecto a otras es injusto debido al magisterio de un escritor que tiene la habilidad de ser riguroso, de aportar los elementos clave para entender a su retratado. Es lo que encontramos, por ejemplo, en el capítulo dedicado a Mercè Rodoreda, en el que podemos acompañar a Castellet en sus visitas a la autora de «La plaça del diamant» en Ginebra. Rodoreda le confiesa que «tothom sap que jo he viscut molts anys sense públic. Mai no he escrit per al públic. Jo escrivia només per a l'Obiols [se refiere a su pareja el escritor Armand Obiols], i ara ja no hi és».
Interesantes también resultan sus recuerdos alrededor del gran editor Carlos Barral, con el que mantuvo una larga amistad. Castellet nos permite saber cómo era Barral en Calafell, donde se transformaba totalmente. «Venint de la ciutat, on s'havien de guardar les quatre normes bàsiques de l'educació burgesa, era com si es desclassés: es convertia en una mena de mariner que no exercia professionalment, però que n'exhibia des de la vestimenta fins al vocabulari, fent-se a la mar amb la seva vela llatina. Si en algun lloc era feliç era, justament, a Calafell».
Castellet tuvo la inteligencia como para reivindicar a escritores por su valor literario, huyendo de la anécdota. Eso es lo que demuestra, por ejemplo, cuando nos acerca hasta el personal mundo de Terenci Moix, a quien reivindica como uno de los grandes autores de las letras catalanas de su tiempo. «Qui no hagi conegut Terenci Moix més que per una certa imatge pública, més o menys frívola, superficial i lúcida (...) no sabrà mai fins a quin punt era rigorós en la seva feina d'escriptor».
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