Madrid

Flako, ex atracador de bancos: «Los centros de menores son la antesala de la cárcel»

Fue detenido un día antes del nacimiento de su hijo. Ahora lleva una vida totalmente diferente y ayuda a evitar que los más jóvenes cometan sus errores

El primer golpe fue un 12 de septiembre del 2000; el último, un 26 de agosto de 2013. En el primero, el botín fueron 150.000 euros («mi padre salió de la alcantarilla con 23 millones de las antiguas»); en el último, el castigo se tradujo en privación de libertad cuatro años. Un día después de ser detenido, su hijo empezó a vivir; a él, en cambio, la vida se le murió un poco.

El 2000 sí tuvo un efecto palpable en él, pero la consecuencia llegó una década después. Ahora que es padre de familia lo último que quiere es que los más jóvenes sigan sus pasos, y mucho menos, que su hijo siga el ejemplo de su padre y se refleje en él. En el «él» de antes, no en el de ahora: «No llegué a empujar el carrito de mi hijo el primer año. No podía ver fotos de niños: sentía que no estaba siendo leal a mi sangre».

Quien habla es Flako, un hombre que se dedicó a atracar bancos durante buena parte de su vida pero que ahora la ocupa de un modo distinto. Colaboró con su padre, descubrió la «buena vida» y la abrazó. «Cuando empecé a delinquir no tenía necesidad económica: lo empecé a hacer por conocer el riesgo, porque lo vi con 16 años y llama la atención tener dinero, vivir bien... Es una forma de vida», dice. Pero fue un camino paulatino: asaltar un banco no es asaltarlo «y ya», conlleva unas pautas y, sobre todo, un aprendizaje: «Empecé a colaborar con mi padre, pero la primera vez que bajé a las alcantarillas él ya había fallecido –explica en relación a su progenitor– . Poco a poco haces contactos, hablas con gente del pasado, socios de mi padre, ex compañeros suyos...».

Atracar una entidad implica, también, un proceso: «Primero vigilas el banco, compruebas que tenga sótano, que se encuentre en una zona de Madrid cuyas calles tengan galerías visitables y, finalmente, encontrar el punto por donde pierde». Después de ello, operar era algo más complejo: con un pasamontañas, unos guantes y una pistola, tocaba «buscar una alcantarilla por la que entrar dos o tres kilómetros fuera de esa zona, recorrer las galerías hasta que llegas, y cuando llegas a él...». Calla. «Eso ya me lo guardo».

Se arrepiente de «haber apuntado a personas inocentes», y desde estas páginas busca algo de redención: «Les pido perdón. Nadie tenía la culpa de que un loco decidiese levantarse un día y atracar un banco». Cuatro años y tres meses de privación de libertad sirven para mucho y él le valió para reinsertarse: «A mí me sacaron de esta vida mi hijo, el proyecto de la novela que empecé a escribir allí (‘Esa maldita pared’, Libros del K.O) y el documental (Apuntes para una película de atracos). Si antes me costaba conseguir droga o pistolas, ahora me cuesta menos».

Cuando se despidió de los barrotes y los permisos y las salidas reguladas al patio y los cafés con panes de mantequilla y bollo descubrió que la vida era otra: «La prisión no es la realidad; lo real es estar en la calle, trabajar, pagar las facturas, llevar al niño al colegio... Choca un poco; no es que me costase habituarme, pero sí que tienes tus tropezones».

Ahora trabaja en un almacén (se define como «mileurista») con un horario que le compagina laborar con su familia. Además acude a colegios y centros de menores para evitar que los más jóvenes sigan sus pasos: «Les digo que el no saber que estás cometiendo un delito no exime de culpabilidad. Del sí al no y del no al sí hay un chasquido. La vida de delincuencia mola mucho y meterse es muy fácil: no trabajas, haces lo que quieres... Pero a la larga sale caro. Mi vida ya no tiene nada que ver: ahora la enfoco a ayudar a que otros no caigan en las redes de delincuencia. Un centro de menores es la antesala de la cárcel».

Flako ahora no es el Flako de antes; esa figura quedó atrás. Vive en Vallecas y se siente muy identificado con el barrio («El 28018 es mi territorio») y con su equipo, el Rayo. Sobre su hijo, sabe que algún día perderá la inocencia y conocerá la verdad: «Tarde o temprano lo va a saber. Le tendré que contar lo que hizo papá, lo que llegó a hacer y lo que luego ha hecho». Antes de comenzar la entrevista un conocido de Flako que pasaba por ahí le gritó: «¡Eh! ¡Que ahí no se pueden hacer agujeros!». Pero sí se puede construir una nueva vida muy diferente en lugar de destruir los mármoles del suelo.

Sobre la reinserción y recaer

Algunos de los reclusos que se encuentran en prisión reinciden nada más salir. Para Flako, esto se debe a que no tienen nada y porque, al salir, siguen en unas condiciones similares a cuando entraron: «Si se incentivara más a los presos con menos cursos de jardinería y más motivación, la tasa sería menor».