Madrid

Capital de las cotorras

Madrid destinará 2,9 millones en tres años para reducir la presencia de cotorras en la capital
Madrid destinará 2,9 millones en tres años para reducir la presencia de cotorras en la capitallarazonAYUNTAMIENTO DE MADRID

El Ayuntamiento de Madrid no quiere sobrepoblación de cotorras argentinas anidando en parques y jardines, un ave invasora, depredadora con las especies autóctonas y dañinas para nuestro ecosistema. También suponen un peligro para el ciudadano, porque llegan a construir nidos de más de cien kilos de peso en los árboles. Las cotorras se han incrementado un 33% en apenas tres años, y la facilidad con la que se reproducen ha hecho que el gobierno municipal ponga en marcha un plan para reducirlas y controlarlas, cuya población en la villa y corte asciende a casi 13.000 ejemplares, un plan que va a costar 3 millones de euros. No nos sorprendió la llegada a la ciudad de los primeros ejemplares de cotorra argentina, porque estábamos familiarizados con ese tipo de especímen, que desde muchos siglos atrás, ya anidaban en mentideros, patios de corrala, mercados callejeros, verbenas y corrillos de ociosos y noctívagos.

Madrid es un nido de cotorras, en el sinónimo figurado de esa palabra, que define al cotilla o a la cotilla, como persona «que habla demasiado y, a veces, sin exponer una idea clara». Cotilla o cotorra, como expresiones populares, son una misma cosa. La política española está llena de cotorras de variado plumaje. Dicen que las voces de estas aves, se componen de estridentes graznidos y chillidos que, sobre todo, se escuchan cuando vuelan o se alimentan. Son pequeñas y muy ruidosas, y quizá esto les acerque a las peculiaridades de más de un político. Las cotorras suelen poner sus huevos en escaños de polvo y paja; también hacen sus nidos en programas televisivos del corazón y del hígado que fabrica hiel, ambientes propicios para el cotorreo que antes se daba, casi en exclusiva, en los patios de vecindad y en las tertulias veraniegas nocturnas, donde se salía a la calle a «tomar el fresco», y se señalaba al «fresco» del barrio, colgándole todas las medallas críticas que admitía el arte del cotilleo, más que arte, artesanía de vecindona. Hay cotorras que se pueden controlar gastándose en el empeño tres millones, pero hay otras, más peligrosas y estridentes para la convivencia que resultan inextinguibles, porque se alimentan de una audiencia abundante, que las hace engordar y volar de plató en plató. Luego está la variedad «políticus opportunist», cuyas hembras ponen huevos en grandes concentraciones aladas, mientras que los machos los roban en nido ajeno. Pero las grandes bandadas en Madrid las podemos ver sobrevolar, en días de celo plenario, por Cibeles y Vallecas, armando un ruido ensordecedor, trazando rocambolescas piruetas «populares «para asombro de «ciudadanos», como diciendo: «podemos» poblar «más Madrid», mientras «socializan» el espacio y hacen «vox populi» sus intenciones. Entre las de plumas y las de pelo, esta ciudad es la capital de las cotorras-cotorros.