Muslo o pechuga

Amós, clásico en la Milla de Oro

Con una aparente sencillez en su relato, con una confesa servidumbre a la huerta y al mar, en su Cenador de Amós se busca tanto la calidad como la calidez

Cenador de Amos
Cenador de AmosCenador de Amos

En el planeta estelar de la gastronomía nacional brilla sin duda Jesús Sánchez. El navarro afincado en Cantabria ha tejido, con su inseparable Marián Martínez, una historia coquinaria sincera y equilibrada. Con una aparente sencillez en su relato, con una confesa servidumbre a la huerta y al mar, en su Cenador de Amós se busca tanto la calidad como la calidez.

Tras los reconocimientos, tres estrellas incluidas, el salto capitalino estaba cantado. Amós es la evidente nueva marca, y su enclave, la milla de oro de la hotelería madrileña, en el Rosewood Villamagna, en su reciente versión, para alojar un restaurante de fachada indudablemente burguesa. Y que aspira a servir también de tarjeta de visita de la cocina de Jesús en la palpitante escena gatuna. El cocinero de la gorra no podía sustraerse a ese encanto, y aquí libera muchas líneas de su paleta creativa, para un público objetivo del negocio o las confidencias.

A la carta o en dos menús degustación bastante compensados, y de precio más que razonable dada la clase del entorno, se suceden bocados de rico sabor y de poca complejidad técnica. Producto marcado y puntos siempre justos. Comida apetecible pero con fondos de carne un tanto uniformes.

La anchoa costera, fetiche de la casa, es arranque obligado, junto a un delicado caldo de cocido, o los sincios cántabros. Al igual que la verdura de la memoria, caso de una excelente penca rellena de rabo de toro y espuma de acelga, coronada por una excelente cecina tal vez grande. La crema de coliflor es rica, pero le sobra el encurtido de la compañía. El escabeche de remolacha junto a la ostra, es un matrimonio que no acaba de funcionar del todo. Un perfecto de pato muy bien tocado precede a una canónica merluza salsa verde, a un delicioso solomillo con salsa de queso picón, y unas albóndigas que son comidilla en los corrillos de los ejecutivos.

Quizá el talón de Aquiles de este agradable comedor sea la bodega en busca de autor. Corta, previsible, cara, resulta poco aliciente para el noble arte de la charla con el remate feliz de lo que uno aspira.

Cocina: 7.5

Sala: 7

Bodega: 5

Felicidad: 6.5