Cultura
El Coleccionista: la resistencia del cómic en la calle Tribulete
Desde 1993, esta emblemática tienda de Madrid preserva la memoria del tebeo español, enfrentando la nostalgia, la gentrificación y el desinterés por la cultura popular
Todo ha cambiado mucho desde su apertura en 1993. Sin embargo, chirria la misma puerta que entonces al abrirse, las estanterías siguen llenas y hay cola esperando cuando entramos a El Coleccionista, la casa de cómics y tebeos que protagonizan la calle Tribulete de Madrid.
La conservación de piezas históricas a través de «mucho trabajo y esfuerzo hizo posible conseguir una cartera de clientes», dice Jesús Bueno, historiador especializado en Tasación y Restauración y trabajador de El Colecionista. Aunque, en realidad, no habría sido posible sin el amor al coleccionismo que sienten quienes se han dedicado a este nicho artístico.
Es cierto que el sector es víctima del relevo generacional y de que muchos de los que lo defendieron hoy ya no están, aun así, son muchas personas las que aguardan recuerdos relacionados con ejemplares del tebeo español, que leyeron en su infancia o juventud. «Y es esa nostalgia la que ha hecho pervivir este negocio». La obviedad del riesgo de su desaparición se refleja en que en Madrid había más de 20 establecimientos y ahora solo quedan tres. Y pronto serán dos, avisa Jesús, pues este edificio ha sido comprado por un fondo de inversión. «A través de burofaxes comunicaron que no se renuevan las relaciones contractuales». La situación de los vecinos «es tremenda», dice, y aprovecha para recordar con nostalgia su recorrido.
31 años después de la fundación de la tienda, relata cómo era el coleccionista del tebeo español de entonces y su evolución. Empezó siendo una obra apaisada proveniente de Italia y que tuvo el boom en España en los años 40. «Se distribuía semanalmente y comenzó costando una peseta con 25 céntimos». Luego llegó el universo del superhéroe, destacando el primer número de Los Cuatro Fantásticos, de ediciones Vértice (la primera en quedarse con los derechos de Marvel); aunque los superhéroes en España ya llegaron previamente con la editorial estadounidense DC, como Superman, Batman, Flash, Linterna Verde o la Liga de la Justicia, entre otros. «Fue muy bonito vivir la distribución de estas obras por la editorial mexicana Novaro, con una influencia muy relevante en nuestro país, por ejemplo, consiguiendo los derechos de dichas obras americanas en español». Esta es una de las razones por las que Jesús Bueno lamenta «que se haya estudiado muy poco». Pues de no ser así, habría más conciencia de que, en un momento dado de la historia del siglo XX, desde 1950 hasta 1964 (cuando un decreto prohibió la importación de tebeos Novaro de superhéroes), todos los niños y niñas de habla hispana del sur, centro y Norteamérica leían los mismos tebeos, incluidos en España. «Es un puente cultural impresionante que aquí no hemos valorado. Todos los hispanohablantes leían los mismos tebeos con los modismos mexicanos».
«En España ni la administración ni ningún organismo se ha preocupado de preservar este patrimonio importantísimo de cultura popular, como novela popular, álbum de cromos, tebeos o cartelería».
La cultura popular
«Ni en la dictadura de Franco ni en la democracia», considera Jesús Bueno, se ha prestado atención a la cultura popular. Y contradiciendo la falsa relación de este tipo de lectura con el público infantil o adolescente, señala que «a mí nunca me han gustado los tebeos para niños sino los de aventuras». Y en este sentido, «no se trata de pensar que los lectores de tebeos solamente leen a Zipi y Zape sino que leen también a Turandot, El Informe Para Ciegos o El Quijote, todos ellos adaptados a cómic».
El problema de entender este arte como una subcultura es una de las razones principales de que, a día de hoy, forme parte de la nostalgia de unos pocos.
«Hay colecciones, escritores y dibujantes que son cimas en la historia del arte». La Edad Dorada del cómic en EE.UU., el cómic franco-belga, y el Manga son las tres grandes líneas. También el cómic británico (aunque con muy poca trascendencia en España) hasta bien entrados los setenta llegó a distribuirse por todos los continentes del mundo por el aspecto de su imperio colonial. «Aquí, en cambio, no le hemos dado valor al objeto. Y esto hace que cada vez el sector sea concebido como algo residual, en lugar de contar con un gran museo nacional, con un patrimonio impresionante y con extraordinarios artistas». Sin intención de lucir ninguna vena chovinista, Jesús Bueno habla del éxito de los dibujantes españoles en proyectos europeos y estadounidenses. Menciona a José Ortiz, Luis Bermejo, Leopoldo Sánchez o grandes creadores autóctonos sin aventura internacional como el creador gráfico de El Capitán Trueno, Ambrós. «Tampoco hemos sabido rentabilizar El Capitán Trueno, que es un emblema nacional. Ni a Manuel Gago, en otro estilo de dibujo más simplificado pero creador de muchas series de historia capital en el tebeo como El Guerrero del Antifaz». De hecho, la editorial Bruguera llegó a a alcanzar la cifra de 668 semanas en su cita fiel con los quioscos y con los lectores. «En España, dentro de los bolsilibros, los obreros, empleados de banca, amas de casa y mucha gente leían la novela popular que les permitió dar el salto a obras consagradas». Y aquello que en Estados Unidos se conoce como «arte alto» y «arte bajo» y pudo convivir; en España no tuvo esa consideración. Los novelistas de cultura popular tenían carrera universitaria, firmaban con pseudónimo y significaron un impulso para la lectura, como el caso de la escritora Corín Tellado. «Son autores que voluntariamente dejaron sus trabajos porque les salía más rentable dedicarse a la escritura popular por su aceptación por parte del público». El bocadillo envuelto en papel de periódico y en el bolsillo estas novelas era una imagen común cuya relevancia no perduró en el tiempo.
Y aunque Jesús Bueno busque dignificar lo que para él está más que merecido, «el volumen de público no permite afrontar la cantidad de gastos que exige un pequeño negocio». Informa el entrevistado que la política del negocio de El Coleccionista ha sido «recomendar cosas no orientadas a la venta, sino que se supone que pueden gustar al público que pregunta». Y eso les ha llevado a estar 30 años al pie del cañón, «aunque no muchos más ya», apostilla.
La historia también ha cambiado para esos libros apaisados que empezaron a comercializarse en España. Desde los años sesenta van en paralelo con el nuevo formato álbum de tapa dura, de páginas en color y que rigen en el mercado. «Por fortuna, los personajes de este tipo de lectura también son atemporales». Y, por suerte también, pudieron pasar desapercibidos para la censura de la época: «En España el contenido político era impensable, tenía que ser subliminal. Pero los censores eran muy miopes», afirma Jesús Bueno. «Sin ir más lejos, el autor literario de El Capitán Trueno, Víctor Mora, fue miembro del Partido Comunista de Cataluña. Cuenta la historia de un español que tiene como compañeros de aventuras a un niño huérfano y a un tuerto obeso, su entrañable goliat, que además tiene una relación sentimental sin casarse con una sueca, que es la reina de un país regido por una democracia. ¿No es eso un mensaje en toda regla?», se pregunta entre risas.
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