Gastronomía

Un cuatro manos marcado por el vino

Tendrá lugar el próximo día 13 en un mítico, Ricardo Sanz Wellington

Un cuatro manos marcado por el vino
Un cuatro manos marcado por el vinocedida

Madrid está de dulce –que diría un periodista deportivo sobre el delantero que no deja de marcar goles– en cuanto a la alta cocina se refiere. La capital se ha convertido en uno de los centros neurálgicos más vibrantes de la gastronomía en el continente europeo. La ciudad reúne tradición y vanguardia… y todo funciona. Los jóvenes cocineros suben con fuerza –y con ideas claras– mientras que los veteranos que siguen en pie no solo resisten, sino que aún marcan el ritmo en una escena donde cada día hay más talento... y menos margen para el error.

Y en ese contexto, no dejan de producirse eventos que reúnen a grandes cocineros. En algunos casos con una narrativa diferente, donde el protagonismo no solo lo tienen ellos, sino que entra en juego el vino como personaje principal. Es el caso del cuatro manos que tendrá lugar el próximo día 13 en un mítico de la ciudad, Ricardo Sanz Wellington. El restaurante ubicado en la calle Velázquez, reunirá a dos cocineros que rebosan experiencia, con más de 20 años de trayectoria en los fogones.

Por un lado, Ricardo Sanz, pionero en introducir en nuestro país la fusión de la cocina japonesa y los sabores del mediterráneo, la ya célebre japo-cañí. Fue el maestro de muchos de los que hoy parten el bacalao en la alta cocina japonesa nacional, esos que ahora lucen chaquetilla impoluta, bisturí afilado y reservas con semanas de antelación. A su lado, estará Ariel Rodríguez, cocinero puertorriqueño con un estilo que no cabe en una sola geografía. Formado entre islas, fogones internacionales y un restaurante propio en San Juan que lleva su nombre, Rodríguez es un chef de mirada amplia y sabor definido.

Y en medio de los dos, la figura que ha unido a estos grandes cocineros: Carolina Inaraja, directora de Bodegas Monte La Reina. La joven bodeguera ha impulsado este encuentro bajo su propia filosofía, con la que ha sabido llevar los vinos de la D.O. Toro a una nueva dimensión. Más que sumar su bodega al menú, Carolina ha marcado el rumbo. Su visión del vino –moderna, precisa, sin perder de vista el origen– ha servido de hilo conductor para que esta cena tenga un relato propio. Una filosofía que también podrá vivirse unos días después, el 15 de noviembre, en la propia bodega, donde la experiencia continuará en un nuevo formato, con Ariel Rodríguez cocinando en plena D.O. Toro junto a la chef Lara G. Carretero.

El resultado es un menú –con un precio de 170€– pensado desde la complicidad y el respeto mutuo, donde cada pase busca el equilibrio entre identidades culinarias distintas pero complementarias. No se trata de una sucesión de platos luciendo músculo creativo, sino de un recorrido bien armado, con ritmo, intención y una selección de vinos que no se limitan a acompañar, sino que provocan, desafían y redondean la experiencia. Así, los clásicos de Ricardo Sanz –como ese usuzukuri con flor eléctrica que sigue sorprendiendo tras años de servicio– conviven con elaboraciones de Ariel Rodríguez cargadas de sabor y personalidad, como su lechón con pastel al caldero. La cocina japonesa más depurada se cruza con la energía caribeña en un diálogo sin estridencias, donde las técnicas se respetan y el producto manda. Todo ello sostenido por un maridaje que marcará el tempo de la velada: desde el espumoso Claudia Moreno Brut, que arranca con frescura, hasta el Inaraja 2016, un tinto con estructura y memoria. Entre medias, un verdejo fermentado en barrica que desafía prejuicios y un rosado con carácter –el Pinktone–. Una propuesta así requiere experiencia y una coordinación afinada entre cocina y bodega. En este caso, ambas partes han trabajado con un enfoque claro, cuidando cada detalle del menú y definiendo un recorrido coherente también desde el vino. El resultado es un cruce entre dos estilos culinarios que, pese a sus diferencias, conviven con naturalidad a lo largo de toda la cena.

En una ciudad que no deja de parar quieta en lo gastronómico, propuestas como esta merecen ser vividas en primera persona. Porque no se trata solo de probar platos o vinos, sino de entender cómo se construye una experiencia cuando todo está pensado con sentido. Un cuatro manos donde el vino marca el compás y la cocina responde afinada. Si tienen ocasión, dense el gusto: hay cenas que no se repiten.