Gastronomía
La joyería náutica de Los Marinos José: la excelencia de lo obvio
Su carta de vinos es diferente a lo común a la vez que elegante como pocas. Un restaurante redondo
Quien quiere poseer el título de gourmet debe dar todas las vueltas al mundo que pueda, poner patrimonios y familia al borde de las quiebras, y lanzarse como un poseso para buscar singularidad, las raíces culturales de la cocina y los movimientos telúricos que inspiran al ser humano para que la gastronomía justifique gran parte de la vida. Pero vagabundear por los continentes, ir marcando como muescas en la agenda de viajero los sellos del pasaporte y las facturas de los restaurantes, a veces encierra algo de desazón.
La propia de quien contempla estupefacto la réplica que hoy la redes sociales permiten, para que las fusiones de cualquier rincón del planeta, se integren con naturalidad en las coquinarias tradicionales, incluso clásicas. Siempre hay fijos en la memoria culinaria de cada uno que, aunque a veces parezcan dormidos, cuando emergen al encontrarlos en uno de esos «vagamundeos» habituales en el buscador y porque no, enreda empedernido, ratifican con grandeza ese puesto en el recuerdo y probablemente también en las listas publicadas de buen criterio.
Esto venía reflexionando cuando en una vuelta del camino tuve la fortuna de volver, casi sin querer, nuevamente a Los Marinos José de Fuengirola. Al ingresar en ese restaurante, ya distinguido, pero que no deja de poseer ese mismo aspecto renovado de lugar de paseo marítimo, la simple contemplación de la joyería náutica expuesta, despejó mis pesares. Temporada tras temporada, este lugar ya de culto va expandiendo las redes del producto que dan los mares y que se presenta lascivamente para que los apetitos del alma se abran sin ningún tipo de condición. Sí señor, el producto.
A partir de esta premisa, lo demás es solo cuestión de ritmo, de olvidar la cuestión a veces molesta de la cartera y solo organizar mentalmente el menú que uno quiera afilar. Las cañaillas son tan de campeonato como la almeja, la ostra, la autóctona concha fina y lo que se quiera ir encartando como su suave salpicón, el boquerón en vinagre o deliciosamente frito, para que todo sea prólogo eterno de lo que nunca acaba de finalizar. Incluidas piparras perfectas que nos hablan de que el viaje es obligado pero peninsular.
El capítulo de la gamba roja, blanca o la cigala de tronco, sin retóricas y cocida de modo Imperial, de modo que no se recuerda haber comido una cola tan deliciosa y en su punto, es libro aparte. Todo tan fresco y del día que en cada servicio parece fumarse como la propia felicidad. Aquello que parecía imposible de abordarse.
Verdadero arte efímero el de una cocina que busca la sencilla delicadeza que no espante la calidad de lo que nos regala la mar. Los pescados como el San Pedro, pargo, o lo que se desplace de La Lonja a Los Marinos José tiene el mismo pedigree.
Todo este conjunto armonioso en el que todo parece estar engarzado por un finísimo orfebre, se terminar de lubricar con una carta de vinos diferente a lo común y elegante como pocas, donde se pueden encontrar nuevas piedras preciosas para complementar esta joyería gastronómica de placer.
Da gusto encontrar uno de esos sitios que perdura e incluso mejora con el tiempo. Un restaurante redondo en lo más amplio del concepto, donde el hedonismo se hace realidad en una medida perfecta, sin aspavientos. En unos momentos donde parece que ser feliz está perseguido, les recomiendo serlo y disfrutarlo. Y este rincón de la costa malagueña seguro que les ayuda a conseguirlo.
LAS NOTAS
Cocina: 9
Sala: 9
Bodega: 8.5
Felicidad: 9
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