Violencia

Más que cifras: rostros víctimas del machismo

Nos adentramos en el libro que pone rostro y voz a 132 mujeres asesinadas por violencia machista en la Comunidad de Madrid entre 1999 y 2020

Jana Leo
Jana Leo Gonzalo Perez

La obra «Mamá está muerta, pero la vamos a curar» de Jana Leo ha nacido de la reflexión sobre cómo en nuestra época lo que no tiene imagen parece no existir. En ella se busca poner rostro y voz a las 132 mujeres asesinadas por violencia machista en Madrid entre 1999 y 2020. A través de sus ilustraciones e historias, Jana Leo convierte a las víctimas en algo más que cifras, visibilizando una tragedia silenciada y ofreciendo herramientas para comprender y prevenir la violencia de género.

Entre las historias se identifican patrones que pueden servir para detectar relaciones de alto riesgo, como el hecho de que un 40% de las mujeres asesinadas no habían sufrido violencia previa. «Todo es realidad», señala la autora, al referirse a los textos, que son una recopilación sobre las mujeres asesinadas, sus vidas y sus muertes. Sin embargo, en el plano visual, las ilustraciones son puramente subjetivas, creadas desde la perspectiva de una niña o niño que observa el sufrimiento de una madre golpeada. «Estas imágenes no buscan representar de manera literal a las víctimas, sino más bien plasmar una emoción cruda, una huella de miedo y de impotencia».

El proceso de creación del libro llevó a Jana Leo a profundizar en su comprensión de la violencia de género. Aunque inicialmente pensaba que el machismo era la única causa de la violencia de pareja, a lo largo de su investigación comenzó a identificar otros factores psicológicos y sociales que contribuyen al descontrol emocional de los agresores. «Hay días buenos y vínculos de unión muy fuertes» en muchas de estas relaciones, observa. Además, descubrió que «las separaciones eran a menudo el punto de quiebre, el momento en que los hombres, incapaces de aceptarlas, recurrían a la violencia física». La autora cuenta que ha recibido comentarios que subrayan cómo el libro actúa como un espejo de las dinámicas de abuso y violencia, revelando patrones invisibles y micro-violencias que muchas veces se pasan por alto en la vida cotidiana. «La incapacidad de autocontrol, unido al machismo, produce muertes», afirma la autora.

A través de su investigación, Jana Leo también ha identificado patrones repetitivos en las relaciones de violencia. De los 132 casos que documentó, muchos compartían características similares: violencia habitual, asesinatos en el hogar, y agresores que, en la mayoría de los casos, no aceptaban la realidad de la separación. En su análisis, destaca que «los casos más trágicos son aquellos en los que no existía violencia previa, pero en los que la separación o el rechazo por parte de la mujer desencadenaban una reacción letal en las parejas». Además, muestra una reflexión sobre cómo la violencia de género no se limita a los momentos de crisis, sino que se construye poco a poco a través de años de maltrato y control. En muchos casos, la muerte de la mujer no es un hecho aislado, sino el punto culminante de una relación abusiva que ha escalado durante mucho tiempo. «La muerte es una escalada natural», afirma, subrayando cómo la violencia cotidiana en estas relaciones es a menudo ignorada o minimizada por quienes la rodean.

Ilustraciones del libro de Jana Leo.
Ilustraciones del libro de Jana Leo.Cedida

Aunque las circunstancias personales son diferentes hay patrones de comportamiento. Y Jana Leo pone el ejemplo de 63 casos similares de los 132: «En el patrón dominante la mujer muere en casa apuñalada y/o a golpes, asfixia, con saña y hay costumbre de maltrato. El agresor se entrega. Para extraer los casos cruzamos su casa, y la forma son todas menos atropello o disparo. La motivación es la costumbre de maltrato, celos, discusión o separación». Y explica que «estos 63 son casos de costumbre de maltrato que se va de las manos y parece producirse por cualquier pequeña causa: bien porque el hombre está más irritable de lo normal, porque está bajo los efectos del alcohol, toma medicación, se acaba de jubilar o se da alguna circunstancia especial».

Ilustraciones del libro de Jana Leo.
Ilustraciones del libro de Jana Leo.Cedida

En cuanto al proceso de desarrollo del libro, se trabajaron los aspectos estructurales y de contenido, teniendo en cuenta, según indica la autora, la privacidad del archivo: qué datos de la misma se iban a publicar y cuáles no. «El objetivo es hacer que los datos sean digeribles, accesibles y desalentadores. Acabamos tomando nuestras propias decisiones sobre qué mostrar y qué no: mantener el nombre de la mujer, pero no mencionamos el del hombre; poner el nombre del agresor es también darle importancia, y la finalidad de este archivo es la de recordar las vidas perdidas y no el dar protagonismo a los asesinos».

Sobre el campo «dirección» decidieron poner la avenida o la calle, pero no el número. «Designar la zona y la calle es importante para los que viven en ella o la conocen y para recordar que la violencia de género, en casa, no es algo que ocurre sólo en las películas o en países menos desarrollados, sino algo habitual que ocurre en una calle normal como la mía y la tuya. Pero el número de la calle y la puerta no creemos que sean necesarios, pues el lugar de la muerte, no es solo su casa, sino también un piso, una propiedad, y no queremos causar perjuicio alguno a los herederos».

La autora también señala una segunda etapa cuando, tras conseguir una subvención de la Comunidad de Madrid en 2023 y durante un programa de aceleración, solicitó que uno de los expertos sea un abogado para consultar sobre el uso de los datos antes de publicar el archivo como libro. A través del abogado conocieron que el hecho de que los datos recopilados estén en internet no significa que sean públicos y que haya otra ley que desconocían de protección a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen. «El abogado nos recomienda que de cara a la publicación que eliminemos los datos y anonimicemos la historia. La anonimización se ha hecho de dos formas: eliminando datos como la edad de sus hijas/os o el nombre de la empresa donde trabajaba y cambiando el lenguaje para que no desencadene ser reconocido por los buscadores de internet con palabras similares a las que aparecían en los medios de comunicación y en prensa. Si decía que le pegaba con un florero ponemos jarrón; si la encontraban en alcantarilla, albañal; si estaba muerta dentro de una maleta, un bulto; en lugar de poblado chabolista, infravivienda; si teníamos peluquería cambiamos a salón de belleza, etc.».

La autora, además de considerar que «entender el sufrimiento ajeno es una clave para asumir la importancia de no normalizar la violencia de género», también presta atención al papel fundamental de la educación y bases sociales para afrontar este drama: «que no haya una flota de vivienda de protección oficial suficiente, con mínimos comparados con otros países de Europa, hace que separarse sea muy difícil. Por otro lado, el índice de paro en España ha llegado a datos escalofriantes y si hay paro y no hay dinero, separarse es muy difícil». A su vez, menciona que «la violencia de género tiene que ver con un elemento de aislamiento, desolación y enajenación; por ello, es importante contar con redes y comunidad de apoyo, apostando por la educación desde la infancia».