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Festividad

Los milagros y leyendas de la Virgen de la Almudena y porqué es la patrona más madrileña

Madrid celebra la festividad de su patrona una devoción con más de mil años de historia

Procesión de La Almudena Jesús G. Feria

Madrid vuelve a mirar hoy hacia su Catedral. Como cada 9 de noviembre, la ciudad celebra la festividad de Santa María la Real de la Almudena, patrona de la capital desde 1908, cuando el papa Pío X decretó su nombramiento oficial y fijó la fecha en el calendario litúrgico. Pero más allá de las procesiones y las ofrendas, la Almudena encierra una historia legendaria y profundamente madrileña, tejida entre la fe, la tradición y el misterio.

Las primeras referencias sitúan a la Virgen de la Almudena en Oriente Medio. Según una antigua tradición, la imagen fue traída desde Jerusalén por el apóstol Santiago y su discípulo Calocero, con la ayuda de otros santos: Nicodemo, que habría tallado la madera, y Lucas, encargado de pintarla. Con el paso de los siglos, la figura llegó a la villa de Mayrit, nombre con el que se conocía al Madrid musulmán.

Entre los años 711 y 714, ante la inminente conquista árabe, los cristianos escondieron la imagen y sus pertenencias más valiosas en un cubo de la muralla para evitar su destrucción. Así lo relata Gerónimo de la Quintana en su obra de 1629 A la muy noble, antigua y coronada villa de Madrid: “La enterraron y la escondieron en un cubo de la muralla... para que, a cuando a largos años se descubriese, pudiese bien compararse al tesoro escondido”.

El propio nombre de la Virgen (Almudena, del árabe al-mudayna, “recinto amurallado”) recuerda esa época de convivencia entre culturas y la ubicación exacta donde fue hallada siglos después, en la zona del actual Palacio Real y la Cuesta de la Vega.

El 9 de noviembre de 1085, tras la reconquista de Madrid por el rey Alfonso VI, la leyenda cobró vida. El monarca prometió que, si lograba conquistar Toledo, regresaría a buscar la imagen oculta de la Virgen. Y así fue: cuando una procesión pasó junto a la muralla, se desprendieron unas piedras dejando al descubierto la figura de una mujer con un niño.

El hallazgo fue interpretado como un milagro: la talla estaba intacta, con dos velas aún encendidas pese a los siglos transcurridos. Desde entonces, cada 9 de noviembre los madrileños conmemoran aquel momento que marcó el origen de su patrona.

Una reproducción escultórica recuerda hoy el lugar exacto del hallazgo, junto a la Cuesta de la Vega, mientras que otras dos imágenes se conservan en el interior de la Catedral y en su Museo.

Otra historia sitúa como protagonista al Cid Campeador. Se dice que Rodrigo Díaz de Vivar soñó con la Virgen, quien le pidió que liberara la villa del dominio musulmán. Cuando el caballero se acercó con sus tropas, un fragmento del muro se derrumbó milagrosamente, permitiendo la entrada de los cristianos en la ciudad.

También se cuenta que el color oscuro de la imagen original se debía al humo de las velas que la acompañaron durante los tres siglos en los que permaneció oculta.

Estas leyendas, transmitidas de generación en generación, contribuyeron a consolidar la devoción popular hacia la Virgen, considerada protectora de la ciudad y de sus habitantes en los momentos más difíciles, como durante la Guerra Civil, cuando su imagen permaneció intacta en la cripta pese a los bombardeos.

En la calle Mayor

La historia de la Almudena también es un viaje por los distintos templos madrileños. Tras su hallazgo, fue llevada a la Iglesia de Santa María, en la calle Mayor, demolida en 1865. La imagen pasó entonces a la Iglesia del Santísimo Sacramento, actual Catedral Castrense, y en 1911 se trasladó a la cripta de la Catedral de la Almudena.

Durante el Año Mariano de 1954, la Virgen residió en la Real Colegiata de San Isidro hasta su traslado definitivo en 1993 a la Catedral, consagrada por el papa Juan Pablo II. Ese día, la patrona regresaba simbólicamente a su casa, al lugar donde, según la tradición, fue hallada casi un milenio antes.

La talla que hoy se venera en el camarín de la Catedral es una figura de madera policromada, vestida con manto en las procesiones, y luce las coronas regaladas por el pueblo de Madrid en 1948. Es la misma imagen que acompaña cada año a miles de madrileños en su devoción, en un entorno privilegiado: entre la Calle Mayor, la Cuesta de la Vega y la plaza de la Armería, un espacio donde el pasado, la fe y la historia se dan la mano.