Cine

El último operador de cine: luces que no se apagan en el Doré

Juan Carlos Sánchez Lázaro lleva 36 años en la cabina de la Filmoteca. A los 66, sigue proyectando películas por pura pasión y defendiendo un oficio que se extingue

Entrevista al proyeccionista del cine Doré, Juan Carlos Sánchez
Entrevista al proyeccionista del cine Doré, Juan Carlos Sánchez. David JarDavid JarFotógrafos

Detrás de la ventana pequeña que asoma sobre la sala principal del Cine Doré, un hombre ajusta una lámpara, comprueba los rollos, calibra el enfoque. Son gestos que lleva haciendo toda la vida, casi de memoria, pero con el mismo cuidado que el primer día. Se llama Juan Carlos Sánchez Lázaro, tiene 66 años y es uno de los últimos operadores de cine que quedan en Madrid –y probablemente en España–. Desde hace 36 años trabaja en la Filmoteca Española, en el histórico Doré, ese edificio de ladrillo y tonos azules de la calle Santa Isabel que guarda, cada noche, una parte del alma del cine. «Podría haberme jubilado, pero sigo porque me gusta», cuenta a LA RAZÓN, sentado en una de las butacas que tantos años lleva viendo ocupadas en la sala principal del Cine Doré. «Mi trabajo aquí me gusta catalogarlo como operador de cine. Ahora nos llaman de otra forma, pero a mí me gusta ese término porque así empecé en esta profesión».

Su historia arranca a finales de los años setenta, en el barrio madrileño de Cuatro Caminos. Tenía 18 años, acababa de terminar la mili y buscaba trabajo. «Fue gracias a un vecino, vivíamos puerta con puerta, que era jefe de electricidad en el Nodo», recuerda. «Me lo propuso y yo necesitaba trabajar de lo que fuese, en casa hacía falta dinero, así que así entré en el mundo del cine». Su primer destino fue el Cine Ideal, en la calle Doctor Cortezo. «Entré como ayudante. Entonces la cabina se componía de tres niveles de trabajo: jefe de cabina, operador de cine y ayudante. Cada uno tenía su función y estaba muy bien regulado». Pero para ser operador, había que sacarse un carnet oficial. «Te presentabas a un examen que te daba la Dirección General de Seguridad. Era obligatorio, porque el jefe de cabina y el operador eran los responsables de la sala si pasaba algo».

En aquella época, los cines eran muchos y las películas se movían en rollos que pesaban kilos. Las cabinas olían a celuloide y a electricidad. «Se trabajaba con carbones, positivo y negativo, que formaban un arco voltaico. De ahí salía la luz que, reflejada en un espejo, se proyectaba en la pantalla. Nada que ver con las lámparas de xenón de ahora». Para él, fue una época de aprendizaje constante. «No todo el mundo podía ser operador. Tenías que saber proyectar, distinguir la velocidad de la película, el sonido, el formato. Era un trabajo respetable y muy cotizado», describe.

Tres años después se sacó el carnet de operador y con 25 años, ya era jefe de cabina en el Cine Torre de Madrid, en Plaza de España. «Estuve siete años. Allí conocí a la gente de la Filmoteca Española, que por entonces aún no tenía sede fija». Cuando la Filmoteca consiguió ocupar el Doré, Juan Carlos quiso irse con ellos. «Les dije que quería trabajar para el Ministerio de Cultura. Me hicieron una prueba, luego un contrato de seis meses y, después de una oposición, aquí sigo, desde febrero de 1989».

La casa del cine

El Cine Doré, construido en 1912 y reformado en 1923 por el arquitecto Críspulo Moro, fue recuperado por el Ministerio de Cultura en los ochenta para albergar la Filmoteca Española. Reabrió en 1989 con la misión de divulgar la cultura cinematográfica. Desde entonces, proyecta títulos de todos los países y épocas: clásicos, ciclos temáticos, cine experimental, restauraciones o retrospectivas de directores. «Aquí lo que se pretende es divulgar la cultura del cine. Películas de todo el mundo, lo que no puedes ver en las multisalas. Se hacen ciclos, intercambios de filmotecas, coloquios. Que se vean las culturas a través de la pantalla», señala. En su cabina se mezclan proyectores de 35 mm con equipos digitales. En total, el Doré tiene seis proyectores, dos por sala, porque las películas llegan en varios rollos –cinco o seis, a veces más– y los cambios deben hacerse con precisión. «Cuando acaba un rollo en un proyector, ya tienes preparado el siguiente en el otro. Y así sucesivamente».

Entrevista al proyeccionista del cine Doré, Juan Carlos Sánchez. David Jar
Entrevista al proyeccionista del cine Doré, Juan Carlos Sánchez. David JarDavid JarFotógrafos

La evolución tecnológica ha sido vertiginosa. «He pasado por todo: del 35 mm al 16 mm, del Betacam al DVD, y ahora al DCP, que es un disco duro», explica. «Antes todo era manual. Ahora, casi todo llega por correo y se gestiona desde el ordenador. Pero la esencia sigue siendo la misma: que la película se vea bien». Sin embargo, el operador tiene claro que lo digital no puede sustituir del todo al celuloide. «El 35 mm no va a desaparecer. Hay una filmografía enorme en ese formato y todas las filmotecas del mundo lo conservan. Es como los vinilos: desaparecieron un tiempo, pero han vuelto. Lo mismo pasará con el cine en 35 mm». Para él, su favorito: «Tiene fuerza, tiene garra. El digital es plástico. Ves una imagen demasiado nítida, que no es auténtica. En 35 mm ves esa raya, ese sonido… esos detalles que marcan la diferencia».

Una profesión sin relevo

Su oficio, sin embargo, sí parece en riesgo. «Cada vez hay menos operadores de cine. En España no creo que haya más de veinte titulados como yo, y la mayoría están aquí o en Barcelona». Desde que se eliminó el carnet obligatorio, ya no existe una formación reglada. «No hay un sitio específico donde aprender esta profesión. Como no seamos nosotros los que enseñemos, nadie va a poder aprender a ser operador». Reconoce que esa falta de relevo le preocupa, porque en filmotecas y archivos se sigue proyectando en formatos tradicionales. «Esto va a seguir existiendo, las copias están ahí. Pero si no hay quien sepa manejarlas, ¿qué hacemos?».

Por eso, en la cabina del Doré se mezclan experiencia y vocación. Son tres operadores los que mantienen el ritmo diario de proyecciones. «Somos los encargados de que esto salga, de que la gente lo vea. Responsables de proyectar las películas que se emiten. Aquí todos los días se proyecta algo». El cine, en cambio, sigue vivo al otro lado de la cabina. «Ha habido muchos altibajos, pero hay gente que viene a diario. De todas las edades. Y últimamente viene más gente joven, eso lo he notado. Creo que nos hemos puesto de moda».

También al aire libre

El precio también ayuda: las entradas son asequibles y hay sesiones gratuitas durante las obras de accesibilidad. Además de las dos salas interiores –una con más de 300 butacas y otra con 116–, el Doré abre su terraza de verano en julio y agosto. «Tiene mucha aceptación. Es una gozada proyectar al aire libre, ver la pantalla bajo las estrellas». Como imaginarán, en tantos años, las anécdotas se acumulan. «Una vez proyectamos una película en 16 mm del final al principio y el público ni se enteró. Era experimental, con rayas y sonidos. Otra, de Warhol, duraba ocho horas. Nosotros pusimos hora y media: una persona durmiendo, cámara fija. Y la gente aguantó». También guarda recuerdos más emotivos: «El entierro de Juan Antonio Bardem. Esa tarde no se proyectó. Vinimos todos los trabajadores, y vino mucho público a despedirle. Fue muy especial».

Entrevista al proyeccionista del cine Doré, Juan Carlos Sánchez. David Jar
Entrevista al proyeccionista del cine Doré, Juan Carlos Sánchez. David JarDavid JarFotógrafos

Y las incesantes visitas ilustres: «Han pasado por aquí directores como Manoel de Oliveira, Almodóvar, Wes Anderson, Stanley Donen… y actores como John Malkovich. Hemos proyectado películas de Georges Méliès con su bisnieta en la sala, comentándolas en vivo. Eso no se olvida».

Cuando le preguntamos qué tipo de cine le gusta, responde sin dudar: «Las comedias, el thriller, el suspense… el cine negro antiguo. El terror... no mucho; quizá por trauma de mis años en el Cine Ideal, donde solo se proyectaban de ese tipo». No suele ir a otras salas. «Después de trabajar aquí, el día que libras no te apetece meterte en otro cine. Alguna vez voy, cuando mi señora quiere ver un estreno o con mis nietos. Pero no es lo que más me apetece».

De los miles de títulos que ha visto proyectar, ha aprendido algo esencial: «Ves una película y sabes enseguida si te va a atrapar. Hay algunas que a los cinco minutos ya te ganan. Otras, media hora y no sabes de qué van». Entre sus favoritos menciona a Coppola, John Ford, Hitchcock, Berlanga, Saura y Almodóvar. «Se proyecta mucho cine español, aunque menos de lo que debería. Siendo la Filmoteca Española, debería haber más».

Luz, oficio y memoria

Cuando cae la tarde y las luces del Doré se atenúan, en la cabina se enciende la lámpara del proyector. El zumbido constante del motor se mezcla con el silencio expectante de la sala. Afuera, el público se acomoda. Dentro, Juan Carlos ajusta el foco y mira por la ventanilla. Todo listo. Esa imagen, repetida miles de veces, resume una vida entera dedicada al cine. Un trabajo invisible, pero imprescindible. Porque, como él mismo dice, con la serenidad de quien ha hecho de su oficio una forma de vida: «El cine sigue existiendo. Y mientras exista el cine, tiene que haber quién lo proyecte».