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Extra Aniversario
Lecturas de verano
Planeta Tierra
Cualquier momento es bueno para leer, dicen. Especialmente para quienes de tiempo en tiempo necesitamos de una buena novela que echarnos entre frente y occipital: una lectura provechosa de esas que dejan marca para siempre.
Desde muy joven, soy lector compulsivo, y en el Bachillerato ya me hacía con clásicos como Goethe en su célebre «Fausto». O con «El cura de Monleón», que hace bien poco recomendé a un insigne amigo que aún no había tenido tiempo para apreciar los valores espirituales –sí señor– del gran Don Pío.
Lo cierto es que uno guarda el mejor recuerdo de la primera lectura de un libro. Eso me pasó personalmente durante mucho tiempo con «La montaña mágica» que, según mi profesor de Literatura en el Liceo Francés de Madrid, Miguel Álvarez –lo dijo en 1947, en mis catorce años de edad–, era «la mejor novela en la literatura universal del siglo XX». Y eso que todavía andábamos en menos de la mitad de la centuria.
Tardé mucho en hacerme con las descripciones, figuraciones, y debates de la cumbre de Thomas Mann, con la conclusión de que efectivamente su novela era lo mejor que había leído en más de medio siglo. Más facilidad tuve para lecturas que en un principio se ven más difíciles, de Dostoyevski o Kafka, o el teatro de Shakespeare.
O las novelas francesas al estilo de «La dama de las camelias», que según algunos tanto sirvió de modelo a Felipe Trigo, en su nota relato de «El médico rural».
Ahí queda un pequeño muestrario confesional de mis lecturas preferidas, pero con una última recomendación. Si tienen gran recuerdo de un libro, no vuelvan a leerlo. Guárdenlo para siempre, pues una segunda lectura puede acabar en auténtico estropicio.
Feliz verano de lectores.
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