
Verde
Reino Unido financia un experimento climático para oscurecer el sol
El gobierno se propone estudiar con pequeñas pruebas los efectos de lanzar aerosoles a la atmósfera para enfriar el planeta y combatir el cambio climático

Hasta hace poco hablar de geoingeniería era como hacerlo de ciencia ficción. Unas cuantas ideas lanzadas por aquí y por allá, algunos experimentos y propuestas más o menos atrevidas. Al menos esa es la sensación que tiene Coraína de la Plaza, miembro de «Geoengineering Monitor», una iniciativa que ofrece información actualizada sobre estos experimentos y que nace de la colaboración de entidades como la Fundación Heinrich Böll de Alemania. Sin embargo, las cosas están cambiando a gran velocidad. Hace unos días, Reino Unido anunciaba una inversión de más de 50 millones de libras para proyectos de modificación de la radiación solar (SRM), el grupo más polémico y experimental de todas las técnicas de geoingeniería. «Supone un espaldarazo gubernamental que le dará alas a la experimentación con el clima. Sin embargo, aunque Reino Unido sea el primer país en apoyar de forma oficial la experimentación, muchos otros las apoyan desde hace tiempo con regulaciones favorables, como EE UU», comenta.
El proyecto Aria, creado por una ley del Parlamento y patrocinado por el Departamento de Ciencia, Innovación y Tecnología del país quiere liberar aerosoles a la estratosfera de forma que estas reflejen la luz solar y el planeta se enfríe. Dicen que es un experimento a pequeña escala, que lo controlarán rigurosamente y que permitirá evaluar el potencial de la geoingeniería para luchar contra el cambio climático. Precisamente sobre ese potencial discute la comunidad científica inglesa, dividida entre quienes consideran que algunos efectos del cambio climático podrían limitarse con un «despliegue juicioso de geoingeniería solar» y los que tiran de símil para considera que es como tomar aspirina para combatir el cáncer.
Como teoría, la geoingeniería podía estar ahí, pero proyectos públicos como estos plantean la necesidad de una gobernanza internacional de la atmósfera. Al menos así lo cree la ONU que ya en 2023, ante el aumento de las propuestas de geoingeniería en todo el mundo, publicó «One Atmosphere», un análisis en el que cita algunos de los problemas que estas técnicas poco testadas pueden provocar en el planeta y que van desde modificar las lluvias a provocar enfriamientos desiguales por zonas o dañar la fotosíntesis de las plantas. «Científicos y empresas están acelerando su implementación, se está llevando a cabo investigación y experimentación empírica y debatiendo tecnologías y planes al más alto nivel, sin comprender plenamente sus implicaciones. Esto contradice el principio de precaución, que debe aplicarse en la modificación de la atmósfera», dice la entidad.
El argumento principal de organizaciones como la de Coraína de la Plaza van en esa línea: «todas esos experimentos hablan como mucho de compensar emisiones pero nunca de reducirlas». Desde Geoengineering Monitor han contabilizado más mil experimentos de geoingeniería a cielo abierto, «Algunos como los que tienen que ver con aumentar la capacidad de absorción de CO2 del océano se han multiplicado por cuatro. En estos proyectos, se lanzan boyas con algas y nutrientes en zonas cercanas a la cosa que luego se lanzarán al fondo del océano en teoría para almacenar ahí el CO2 capturado. Están aumentando los proyectos desde California a Brasil y el sudeste asiático», comenta de la Plaza. Además, la portavoz recuerda que «muchos de los proyectos los desarrollan empresas privadas, gran parte startups, sin regulación y con idea de vender sus iniciativas en los mercados de carbono. También en muchos casos -alerta-, sin que los gobiernos sean conscientes de que se están llevando a cabo. Pasó, recuerda, «el año pasado en Alameda (California) con un proyecto de blanqueamiento de nubes que iba a llevar a cabo un grupo de investigadores de la universidad de Washington. El ayuntamiento lo suspendió y alegó que se enteró por la prensa, cuando el estudio empezó a atraer el interés de los medios».
Algo parecido ocurrió en México, en 2023. El estado prohibió cualquier tipo de experimento de geoingeniería en su territorio cuando se enteró de que la empresa privada Make Sunset quería vender sus servicios y realizar experimentos en suelo mexicano. La startup, ofrece a sus clientes «certificados de enfriamiento» para que compensen sus emisiones lanzando a la estratosfera, a unos 20 km de altura, globos con algunos gramos de partículas reflectantes. Una vez liberadas dichas partículas ,de dióxido de azufre en este caso, «compesan» hasta una tonelada de CO2 anual por 9,95 dólares.
México se ha convertido en el primer país del mundo que ha prohibido específicamente los experimentos de este tipo en sus fronteras. El control de la geoingeniería «queda diluido en tratados internacionales como el Convenio sobre la Diversidad Biológica o el Protocolo de Londres que prohibe verter sustancias al océano. También a nivel regional, la Conferencia Ministerial Africana sobre el Medio Ambiente ha pedido que no se hagan experimentos de este tipo. Y es que muchas empresas del norte global financian proyectos en el sur», recuerda de la Plaza. Aunque no ha trascendido mucho del proyecto de Reino Unido sí se sabe que los estudios comienzan ahora y que en un segundo momento, 2026, se abrirá un debate público con otros sectores.

Quitar CO2
Los experimentos de geoingeniería se dividen en dos grandes grupos principalmente: los que pretenden reducir la incidencia del sol en el planeta y enfriarlo, y los que quieren reducir la concentración de CO2 ya emitida a la atmósfera. La ONU considera que este último grupo de tecnología puede ser necesaria incluso después de alcanzar emisiones netas cero, ya que «el calentamiento global persistirá durante décadas o siglos debido a la larga permanencia del CO2 en la atmósfera». Es decir, que estas técnicas están «mejor vistas y cuentan con financiación y apoyo público», incide de la Plaza. Esto incluye a Europa, sobre todo desde el objetivo del Net Zero para 2050. «Las técnicas de captura, transporte y almacenamiento de CO2 surgieron en los 70 para recuperar petróleo y gas en yacimientos en explotación pero fue a principios de 2000 cuando había que intentar buscar tecnologías para emitir menos tras la firma del protocolo de Kioto del 97 cuando cobran interés. Entonces se propuso aplicarla a la producción eléctrica con carbón ¿Qué ocurre? Que el desarrollo de las renovables hizo que no tuviera sentido invertir porque es una tecnología cara. En 2019 empiezan otra vez a surgir tras el Acuerdo de París. Con el Pacto Verde, Europa decide reducir a cero sus emisiones en 2050 pero sabemos que aproximadamente en todas las economías hay entre un 15 y un 20% de emisiones de difícil abatimiento que tienen que ver con procesos industriales como el de las cementeras o la siderurgia. La Comisión estima que hay entre 400 y 450 millones de toneladas de este CO2 de difícil abatimiento en Europa. Si tu objetivo en 2050 fuese una reducción del 80%, pues, oye, estas emisiones las dejabas ahí y ya está. Pero, como tu objetivo es dejarlas a cero (se supone que no comprometiendo a la industria), hay que empezar a promocionar de nuevo estas tecnologías de captura, transporte y almacenamiento, porque si no, no conseguiremos el cero», detalla Pedro Mora Peris, presidente de PTECO2 (Plataforma Tecnológica Española del CO2).
Noruega inaugurará el año que viene el primer almacenamiento geológico de CO2. Empezaron a desarrollar en 2015, recuerda Pedro Mora. «Van a tardar 10 años, pero van a ser los primeros. Dinamarca tiene dos proyectos, Italia tiene uno en Rávena y Grecia cuenta con otros dos en investigación. Bulgaria y Rumanía también cuentan con alguno... Reino Unido . España también ha solicitado uno. Son todo proyectos de almacenamiento porque es el primer paso que hay que dar. Nadie va a invertir en transportar CO2 ni capturarlo si no sabes a dónde transportarlo o para qué usarlo».
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