Nuevo pontífice

V de viernes
La pasada semana la UE decidió prohibir definitivamente el uso de los gases carbonofluorados, encargados de mantener la cadena de frío mediante neveras y aires acondicionados. Previamente, este verano se aprobó el denominado “impuesto al frío”, lo que generó gran polémica en el sector agroalimentario, la industria de la climatización y los fabricantes. La Alianza Industrial se ha manifestado contraria a la aprobación de esta normativa europea contra los gases fluorados, al considerar que tendrá un "grave impacto" económico y medioambiental.
Dicen los afectados que el problema principal es que no existe una alternativa sostenible y viable al gas fluorado de última generación para producir frio. Añaden, además, que suprimir su uso incluso en las espumas que se utilizan como aislantes en casas, fábricas y el transporte, puede parecer una medida muy ecológica, sólo que en realidad no lo es, dado que las opciones ( el propano y el amoniaco) son "mucho menos seguras, muy tóxicas y altamente inflamables". Tales alternativas consumen más energía y provocan la emisión adicional de 1,3 millones de toneladas de CO2, lo que equivale a casi 250.000 coches durante un año.
El sector agroalimentario ( 10% del PIB en España) también critica la medida porque afecta toda la cadena de suministro y estima que el 90% de los 24.000 puntos de venta de distribución alimentaria en nuestro país no podrán ser mantenidos.
Los gases fluorados, en especial las hidrofluoroolefinas (HFOs), “suponen una alternativa más sostenible a otros gases de combustión”, dicen en la Alianza, ya que al ser más eficientes obligan a los sistemas a trabajar menos y por tanto, a consumir también menos energía.
Pero esta argumentación parece importar poco en Bruselas, donde han decidido cortar por lo sano y gravar a los sectores afectados primero con un impuesto y después con la prohibición. Igual los efectos no son inmediatos, pero se irán produciendo poco a poco. Y supondrán un duro golpe más para la economía, que necesariamente se va a resentir. A menos cadena de frío más inseguridad alimentaria, pero también más encarecimiento de la producción, más escasez y precios elevados, lo que sin duda afectará igual a la inflación. De modo que las expectativas de un invierno tranquilo igual no se cumplen. Los carburantes están nuevamente en precios altos, podría bajar la producción de diésel y el problema del gas no está resuelto. Tanto que los alemanes siguen alimentando y mejorando sus centrales de carbón (al que ahora llaman lignito, para disfrazarlo).
La Agenda Verde de la UE sigue imparable y cada vez son más los sectores que padecen sus consecuencias.
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