Opinión

Aborto y Eutanasia ¿Son realmente un progreso?

Mariano Valdés Chávarri es Catedrático Emérito de Medicina Interna y Cardiología de la Universidad de Murcia y ex presidente de la Asociación Provida de la Región de Murcia

Mariano Valdés Chávarri

En primer lugar, la simple descripción del primer y tercer artículo de la Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada y proclamada por la Asamblea General en su resolución 217 A(III), de 10 de diciembre de 1948, puede servirnos de ayuda.

Artículo 1. Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.

Artículo 3. Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.

¿Se están cumpliendo verdaderamente estos dos principios en la sociedad mundial actual?

En segundo lugar, conviene repasar el significado del término progreso. “Progreso” significa avanzar, ir hacia delante, subir, generar un desarrollo continuo de la civilización y cultura. El uso común hace también referencia a algo nuevo, no vivido antes. No solemos llamar progreso a realidades que estuvieron presentes hace siglos en las antiguas civilizaciones y que fueron eliminadas y desterradas al considerar que los derechos básicos del hombre no se cumplían en aquellas circunstancias. No nos engañemos, el aborto y la eutanasia existían en las antiguas civilizaciones clásicas, griegas, babilónicas, persas, romanas. Y fue un progreso real y bien fundamentado el que acabó con esas prácticas. Traerlo ahora 25 siglos después como signo de progreso, parece al menos un contrasentido.

En tercer lugar, consideremos realmente lo que es el aborto y la eutanasia. Científicamente, el aborto es la terminación de un embarazo con la muerte y expulsión del feto, pudiendo dividirse en aquel que es provocado voluntariamente, o el que sucede de modo natural e involuntario. Con el cambio de definición, de “aborto voluntario y provocado” a “interrupción voluntaria del embarazo”, eliminamos lo embarazoso de hablar “de muerte premeditada y violenta de un feto viable o no viable”. Si volvemos al artículo 3 de la declaración de los derechos humanos.

“Todo individuo tiene derecho a la vida”, aborto y derechos humanos chocan frontalmente. Hoy en día la fecundación in vitro ha demostrado sin lugar a dudas que desde el primer momento de la unión del espermatozoide con un óvulo, se origina una nueva vida humana, un nuevo individuo, con código genético propio e irrepetible que evoluciona desde célula a feto, bebé, niñez, adolescencia, madurez, senectud y finalmente muerte. No hay duda, que esa primera célula, es vida y vida humana, aunque durante mucho tiempo totalmente limitada y dependiente. El hecho de estar en un útero no le quita un ápice a su dimensión y dignidad de vida humana. ¿O es que, tras el parto, el feto denominado ya bebé ha cobrado algo especial que no tenía dos segundos antes de salir de la matriz? Si ese bebé se respeta, ¿cuál es el motivo de no respetarlo en la matriz? ¿Es que un bebé de días, meses e incluso un año puede subsistir sin la ayuda de otra persona? En ese primer año, ni hablamos, ni andamos, ni corremos, ni sabemos donde vivimos, ni nos hacemos la comida, ni nos vestimos, ni nos comunicamos más que con lloros. Tenemos una dependencia absoluta, pero no por ello dejamos de ser individuos humanos vivos con una dignidad propia e independiente de la edad, dependencia y estado de salud. ¿Entonces, es que los derechos humanos solo se asientan tras el nacimiento, aunque seamos tan dependientes o más que cuando estamos en la matriz? ¿O es que nosotros tenemos la capacidad de decidir y otorgar esos derechos en función de diferentes situaciones sociales y culturales, en vez de admitirlos como algo por encima de nosotros mismos? Condenamos enérgicamente el holocausto del nazismo, la esclavitud, el racismo, pero actualmente, nuestra sociedad civilizada en aras de un “progreso”, es capaz de quitar la vida, porque eso es el aborto, a más de 100 millones de personas al año. ¿Puede uno creer que una civilización que mata a más de 100 millones de personas al año va a conseguir un progreso real de la sociedad? ¿Cree alguien que esas personas van a ser más libres, más felices, más solidarias y tolerantes? Claramente, acabarán siendo más egoístas, individualistas e intolerantes. En España en 8 años, matamos a toda la población de una capital como Valencia. ¿Hay alguien que pueda seguir pensando que eso es bueno para todos? ¿Cómo es posible que hagamos campañas para salvaguardar los derechos de los animales, su sufrimiento, su escasez y seamos capaces de revocar el derecho a la vida a los pertenecientes a nuestra propia especie?

Y si ya tenemos en la mayoría de los países como gran conquista social y de derechos “matar a miembros vivos no nacidos de la especie humana”, vamos a ver ahora si todavía nos hacemos más sociales y progresistas con la eutanasia, “la buena muerte”, aplicando claramente el final del artículo 1 de los derechos humanos: “comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Y así lo haremos “fraternalmente” a partir de ahora: “matando a aquellos que lo pidan”. En una gran proporción de casos, la culpa podría residir en la propia sociedad que ha desvirtuado tanto a la persona que ya no hay cabida para el acompañamiento y el cariño hacia los mayores y los enfermos y, al sentirse solos y desamparados, ven la muerte como su única solución. Pero la verdadera solución pasa por el impulso a los “cuidados paliativos”, necesarios para que en los últimos días de su existencia se encuentren acompañados y no renuncien a su dignidad personal acabando con su propia vida.

Además, aunque alguien pida acabar con su vida, necesita un verdugo, y por mucho que la ley lo sancione, nadie tiene el derecho ni la obligación de quitarle la vida a un semejante. Una ley que, como en el caso del aborto, vuelve de nuevo a olvidarse de los derechos inviolables de esa persona, y que afecta tanto al artículo 1 como al 3.

Qué contradicciones las de nuestra sociedad. Campañas y campañas para eliminar la pena capital, para garantizar los derechos de los animales y de la propia naturaleza y, por otra parte, en aras de un progreso individual y colectivo, eliminando a inocentes sin ninguna culpa y no poniendo los medios necesarios para que otras personas, en los momentos más duros de su existencia, se encuentren tratados y ayudados como quisiéramos todos ser tratados.

¿No sería ahora el momento oportuno de volver a considerar estas verdades y replantearnos definitivamente, que los derechos básicos universales y permanentes, están por encima de las leyes cambiantes y partidistas y que hemos de salvaguardarlos por nuestro propio bien y el de la sociedad entera?