Opinión

Cosas del Rey Momo

Ya nos adelantó Mariano José de Larra que «Todo el año es carnaval» aunque olvidó advertirnos que los festejos desbocados son un subproducto del cristianismo porque resultaría imposible el triunfo de Don Carnal si no existiera previamente Doña Cuaresma. El viejo, como clásico, carnaval de Venecia, nace de las peripatéticas que podían ejercer en la plaza de San Marcos luciendo al cuello un pañuelo amarillo. Son aquellas significadas por la lentitud, la parsimonia, entendidas como elegancia, elaboradas pelucas y caretas impávidas y antifaces sicalípticos que revelan lo que suponen ocultar. Cada año el Dux embarcaba en el Bicentauro para casar Venecia con el mar arrojando al Adriático un formal anillo de compromiso. Las carnestolendas venecianas (Casanova) invitan a un pausado erotismo de alcoba y a ningún frenesí. Los entendidos de nuestro entierro de la sardina aprecian como genuinas las carnestolendas de Nuestra Señora de la Bahía de Todos los Santos donde las negras bembonas con sus polleras infladas de encajes, como holopandas, descienden con lentitud desmayada en giros del Pelourihno donde los funebreros exponen sus ataúdes en las aceras y los contrafuertes. Río de Janeiro supuso el más aquilatado triunfo de Don Carnal hasta que la violencia derramada por las favelas, donde se vende la maconha, marihuana descerebrante, el éxodo de los ricos snobs y hasta el turismo de bajo coste, devaluaron el más vibrante e inocentemente sicalíptico carnaval. Contribuyó el Sanbódromo del otrora admirado Oscar Niemeyer que encajonó las Escolas do Samba en una pasarela de pago. Tal como conmovía el fin de año ver a las parejas, a los grupos, descender hasta las playas de Leme, Copacabana, Arpoador, impólutos de blanco, hasta las calcinhas, para arrojar flores a las aguas para recibir a Iemanjá, trasunto sincrético de la Virgen María, y enarenar el amor bajo los evanescentes fuegos de artificio, suponía el carnaval la descarga eléctrica de la gran batucada de las Escolas en las avenidas marítimas con todos los cariocas en la calle. Ni un atisbo de mal gusto, ni un amago de blasfemia, ni una Virgen o Cristo trucados, solo la carne abriéndole paso a una vida efímera. Todo el año es carnaval. Aquí nos contentamos con el de los independentistas catalanes.