Opinión

Autoridad no es autoritarismo

El debate sobre la pena de prisión permanente revisable se produce en un contexto extremadamente político y poco técnico, debiendo ser trasladado a este último terreno, eso sí, mostrando más confianza en su aplicación por los jueces, y huyendo de presuntas superioridades intelectuales. Trascendiendo a este debate, quizá lo que late en el fondo es una confusión entre lo que es un estado autoritario y un estado con autoridad, puesto que a veces se confunden ambos conceptos para deslegitimar el ejercicio de autoridad por parte de un estado democrático de derecho. El autoritarismo es una odiosa clase de ejercicio de la autoridad que impone la voluntad de quien ejerce el poder en ausencia de un consenso construido de forma participativa, originando un orden social opresivo y carente de libertad y pluralismo, y en España lo hemos sufrido. Un estado de derecho se basa en el ejercicio de poder a través de sus tres ramas, legislativo, ejecutivo y judicial, y siempre sometidas al imperio de la ley. Como nos decía Aristóteles, el ejercicio de autoridad significa asumir el carácter legítimo de tal autoridad por estar sustentado en un propósito común, que conlleva la asunción de mandatos como orientaciones de la conducta plenamente reconocidas por todos, de tal suerte que los mecanismos de participación de los sujetos investidos de mando obedecen al carácter previamente legitimado. La autoridad del estado de derecho proviene de su legitimidad democrática expresada a través del pluralismo político, mas esta autoridad permite y obliga a su ejercicio dentro del marco legal, y no solo con respeto a los derechos fundamentales y las garantías políticas, sino, y también, para asegurar el pleno ejercicio de estos últimos.

A estas alturas, decir que la seguridad es un instrumento para garantizar el ejercicio de los derechos fundamentales es innecesario, pero en este mantenimiento de la seguridad no se debe confundir el ejercicio de la autoridad orientando a tal fin con el autoritarismo. Los límites legales de los derechos no son sesgos autoritarios, tan solo son el instrumento que permite que todos los podamos ejercer y por ello el honor es un límite a la libertad de expresión. Como decía Danton, «a veces, en las revoluciones la autoridad recae en los mayores sinvergüenzas», pero en una democracia sana no caben revoluciones.