Opinión
La broma de Kundera
«La juventud es terrible: los niños andan y pronuncian palabras aprendidas, que comprenden solo a medias, pero a las que se entregan con fanatismo. Y la historia es terrible porque con frecuencia se convierte en un escenario para inmaduros; un escenario para el jovencito Nerón, un escenario para el jovencito Napoleón, un escenario para masas fanatizadas de niños, cuyas pasiones copiadas y cuyos papeles primitivos se convierten de repente en una realidad catastróficamente real». Esta frase pertenece a la magnífica novela de Milan Kundera, «La Broma». En este pensamiento, uno de sus personajes manifiesta un enorme odio hacia la juventud, a la vez que siente la necesidad de perdonar a los criminales de la historia, porque al final esta criminalidad la causaliza en una horrible dependencia de la inmadurez.
Kundera nos introduce en la invasión que sufrió su país por parte de la URSS, en la cual la dictadura y el totalitarismo exterminaron todas las libertades de los jóvenes checoslovacos, invasión ejecutada por jóvenes delegados del régimen comunista. Pone como ejemplos de jóvenes con poder absoluto pero atados a su inmadurez a Napoleón y Nerón, más este escepticismo que rezuma el personaje de Kundera, no nos puede llevar a una absurda generalización, poniendo en cuestión la juventud de los responsables de las instituciones y organizaciones, la historia nos pone claros ejemplos de jóvenes maduros y de viejos inmaduros.
Platón inmortalizó una frase de Sócrates en la que decía: «Los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida, y le faltan al respeto a sus maestros», frase de hace más de dos mil años que nos pone de manifiesto que la evolución del ser humano considerado individualmente permanece inmutable.
En el ejercicio de la política, como en cualquier otra actividad humana en la que se gestionan intereses comunes, no debemos confundir inexperiencia con inmadurez, puesto que se puede ser un experto inmaduro y un inexperto maduro; como nos dijo Jesucristo (Mateo 7,15-20), «por sus obras los conoceréis», excelso criterio que nos ayuda a distinguir entre los verdaderos y los falsos profetas, que trasladado al resto de la actividad humana, nos dice que a veces solo hay que esperar, sufrir algunos de estos actos, y al final comprender, eso sí comprender para decidir mejor.
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