Opinión

Dante y el indiferente

Ante situaciones como las que vive España en estos momentos, lo que nos queda es la fortaleza del Estado de Derecho, el cual, en una real democracia como la nuestra se erige en un fiel referente de nuestra fortaleza legal, que a la postre se convierte en moral.

Lo que apunta al bien común y a la prosperidad de la inmensa mayoría de españoles es moralmente bueno, debemos abandonar la frialdad del estricto cumplimento de la ley para legitimar acciones y decisiones, e introducirnos en el terreno de lo moral y de lo ético, porque si no, siempre se despertará el interés por el que ofrece un discurso alterativo justificando el desafío a las leyes en aras de un designio superior. Parece que los que cumplimos las leyes fuéramos reses empesebradas que ni sentimos ni valoramos, al revés que los trasgresores, los cuales se convierten en seres superiores adornados de un halo que los hace merecedores de un sempiterno perdón. Nuestras leyes son el compromiso de una sociedad con un destino que debemos propugnar y defender día a día, no podemos caer en el relativismo del mero cumplimiento de las leyes para justificar determinadas acciones, al contrario, debemos mostramos orgullosos de nuestro credo global, la ley.

Algún comportamiento equidistante ante lo que está ocurriendo en España me recuerda al Tercer Canto de la Divina Comedia, donde Dante no dialoga con nadie para no reivindicar a los indiferentes ante el mundo, ya que no merecen ser recordados, convirtiéndose en una forma más de castigarlos.

En la obra se dice que además del silencio, esas almas están condenadas a ser odiosas tanto para el cielo como el infierno y por eso se quedan en el vestíbulo. «El cielo los lanzó de su seno para no ser menos hermoso pero el profundo infierno no quiere recibirlos por la gloria que podrían los demás culpables». Pareciera que el infierno no los quiere para no darle gloria a las otras almas, pero en realidad es un nuevo desprecio, otra parte del castigo. Como dice Dante no fueron «ni rebeldes ni fieles a Dios».

No les deseo semejante castigo a los indiferentes y equidistantes, pero no me cabe duda de que esa indiferencia, que por lo general encubre cobardía, los acabará condenado al ostracismo de la nada.