Opinión
Los árboles no tienen ideología
Vaya por delante que la inefable Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, y los pulgarcitos mal avenidos que la utilizan como mascarón de proa o Don Tancredo, solo son teológicamente responsables de la tragedia de ayer en El Retiro que tiene cadencias fatídicas de un muerto cada año. El azar y la necesidad, de Jacques Monod, y la constatación de que la mala suerte acecha y tiene buena puntería. Una vuelta de menos en el anemómetro, un centímetro a la derecha o la izquierda, y el árbol se hubiera desmayado en el camino, o sobre el padre cuya morfología le hubiera permitido alguna posibilidad de supervivencia, pero no sobre la indefensa estructura de un niño de cuatro años de la mano de su progenitor. La mala suerte también tiene mala leche. Pero los hados, los vientos o la botánica son por su naturaleza irresponsables y sí se puede tomar el suceso de El Retiro como botón de muestra de ese cajón de sastre de rancias izquierdas que rige la Capital con el permiso de los socialistas acomodados a su papel de cornudos y apaleados. He vivido muchos años con mi terraza sobre El Retiro y no soy tan erudito de él como el añorado Antonio Mingote, pero consta que en él cada árbol tiene su ficha, su edad, su fronda, su salud y sus necesidades de poda y tala, porque los árboles no mueren de pié como en el drama de Alejandro Casona. Anteayer se derrumbaron cuatro con más viento de fuerza que el sábado, y no se activaron precauciones. Cabe preguntarse que si el fichero forestal del parque se mantiene al día ¿por qué se caen árboles sanos y conservados aún con vientos de 70 kilómetros a la hora? Quienes hemos sido paseantes asiduos de El Retiro conocemos árboles que soportaban su copa con mucha voluntad y resignación cristiana y dábamos rodeos para evitarlos con vientos o sin ellos ya que amenazaban caerse sin necesidad de ayuda. Pero estas cosas son minucias ante la ideologización de los manteros en Lavapiés o el faraónico proyecto de ingeniería social que destierre de la ciudad esos insolidarios automóviles particulares para el ocio de la alta burguesía, yugulando al tiempo una de las arterias femorales de la ciudad como es la Gran Vía. La alegre muchachada de la pobre alcaldesa, a la que tienen de susto en pasmo, sectarizó la policía municipal eliminando a sus antidisturbios como si fueran enemigos del pueblo para toparse hoy con Lavapiés y mañana con Tetuán. Sectarizó la cultura según la doctrina de la señorita Mayer. Sectarizó hasta la circulación de los peatones por las aceras. Sectarizó la democracia directa dando por buenas opiniones minúsculas en encuestas de bolsillo. Y no sectarizó la comunicación con los ciudadanos porque a la distinguida portavoz municipal no se la entiende absolutamente nada en su irremediable gangosidad de niña bien. Cuando Ortega y Gasset abarrotaba los teatros de Buenos Aires con sus conferencias, acababa con un «¡Argentinos, a las cosas, a las cosas!» en un intento de extraerlos del ensimismamiento peronista. En otro siglo la administración de la Capital española ha dado en una tanguería donde se cantan milongas en la ignorancia irresponsable de que árbol se va a caer en el día de mañana.
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