Opinión
La primera orden militar española
EEn Tierra Santa, el constituido reino de Jerusalén se convirtió en el punto más expuesto de toda la Cristiandad occidental. La milicia del Temple –los templarios–, imitados pronto por los «hospitalarios» y todas las sociedades de «freires» que fueron surgiendo como respuesta a la idea pontificia de reconquista, respondía a la demanda de liberar a cuantos cristianos se sintiesen oprimidos por la ocupación del Islam. Las circunstancias históricas fundacionales son, lógicamente, defensivas de los intereses cristianos y de la Iglesia que les habían sido arrebatados y, en consecuencia, responden al llamamiento hecho por el Pontífice de Roma.
En la segunda mitad del siglo XII, cuando ocurre la creación de las Órdenes militares españolas, la dependencia espiritual respecto a la Santa Sede es la misma en su origen y bases creadoras que las dos creadas en Jerusalén en la primera mitad del siglo XII y situadas bajo obediencia del Santo Sepulcro, aunque éstas no ejercieron actividad hasta que se presentaron al rey Balduino y le expresaron su voluntad de contribuir a la defensa de la tierra. Al rey le agradó la propuesta, reunió su Consejo y apoyó la idea. Los caballeros recibieron del rey tierras, fortalezas, dones y villas. Templarios y hospitalarios fueron, ciertamente, los primeros modelos del funcionamiento y significado.
En el Hospital de San Juan de Jerusalén los monjes se convirtieron en caballeros; la Orden se convirtió en militar, lo que ha sido perfectamente estudiado por el catedrático Carlos de Ayala (UAM), como también las otras Órdenes de acción defensiva creadas en Tierra Santa. No son las que en nuestro caso nos interesan, que son particularmente las españolas. Responden a una peculiaridad de la estructura histórica de España, a la que hacemos referencia en otra columna de «Opinión». No son tanto territoriales, sino específicas de cuanto se está tratando en torno a temas básicamente espirituales de defensa territorial y de fuertes movimientos históricos militares, según se explicó cuando analizamos el movimiento de invasión de la Península por árabes y bereberes, y la respuesta global, inicialmente situada en los montañeses norteños, de modo prioritario centrada en el reino de Asturias, con su corte ovetense de resistencia, primero, y defensa y contra-expansión, después, hasta generar el condado de Castilla, el reino de Navarra y la continuidad de Asturias en el reino de León.
La primera, monográficamente establecida como Orden militar, es la de Calatrava, cuyos principales rasgos nos son perfectamente conocidos por el gran historiador Rodrigo Jiménez de Rada (c. 1170-1247). Fue un momento de alarma, pues se inicia con la llegada del rey Sancho III de Castilla a Toledo, cuando inciden fuertes noticias de un inminente ataque contra la plaza estratégica de la fortaleza de Calatrava a cargo de los templarios. Los frailes, sintiéndose impotentes de contener la anunciada acometida contra la fortaleza, comunicaron al rey dejar en sus manos la defensa de la fortaleza, fundamental en la defensa de Toledo, centrada en el río Guadiana. El rey no disponía de un número suficiente de guerreros que asegurasen un éxito defensivo. El problema tuvo la fortuna de disponer de una inesperada presencia en Calatrava del abad Raimundo de Fitero y un monje de su comunidad llamado Diego Velázquez, burgalés de origen, que se había criado de niño junto al rey Sancho. Velázquez pidió al abad que solicitase del monarca la concesión de la fortaleza. Abad y monje se presentaron al arzobispo Juan de Toledo, obteniendo apoyo e indulgencias para quienes acudiesen a la defensa de la fortaleza. La ciudad se lanzó a prestar ayuda a los religiosos, y el monarca (enero de 1158) formalizaba la concesión a perpetuidad de la villa y castillo de Calatrava a favor del abad y del monasterio de Fitero. El abad se dirigió a su monasterio para llevar a Calatrava cuanto pudiese ser útil para la defensa de la vida y los defensores, dejando solo en el cenobio de Fitero a los monjes enfermos o excesivamente mayores para el combate, volviendo a la frontera con abundantes bienes, rebaños, además de un gran número de guerreros. Los almohades habían aniquilado la presencia cristiana en Úbeda, Baeza y Almería. Los monjes cistercienses se instalaron en la defensa del castillo, con lo que se plantearía el inicio, pero serio problema, respecto a la tenencia de la fortaleza en manos cistercienses como fruto de una decisión política, aunque en virtud de la «interacción» entre las estructuras religiosas y políticas, es necesario centrar en el acierto de la elección cisterciense en el nacimiento de la primera de las Órdenes militares españolas. La opción por una comunidad monástica se acordaba a favor de unos monjes que decidían militarizar su vocación e instaurar la responsabilidad de una orden monástica de firme decisión en su compromiso personal.
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