Opinión

Aristóteles y la democracia

Las medidas que el Estado de Derecho español está adoptando están siendo cuestionadas por algunos, algo que el derecho a la libertad de opinión y expresión acoge incluso en sus más exacerbadas críticas, algunas tan hiperbólicas como desacertadas. Mas al hilo de los acontecimientos, otros están denunciando una pérdida de la calidad de nuestra democracia. Este cuestionamiento, cuando es apuntado por personas afectadas por aquellas medidas, resulta comprensible, pero, cuando semejante despropósito es proferido por personas que se colocan en una impostada y pretendida equidistancia y objetividad, resulta ofensivo. Decía Aristóteles que todos los sistemas políticos, por más diferentes que sean, no dejan de reconocer los derechos y la igualdad proporcional de los miembros de la sociedad que dirigen, pero en la práctica no todos respetan sus propios principios, y por ello ya defendía la democracia como el sistema menos malo en términos de Churchill. También decía el filósofo que un país con predominio de clase media que es democrático es también el más estable de todas las formas de gobierno y no se equivocaba. Las oligarquías generan desigualdad. Aristóteles estudió las causas que podían provocar una revolución y no distan mucho de las actuales: desigualdad entre ricos y pobres, abuso político y judicial, luchas interraciales, etc,. El mismo nos adelantaba que las revoluciones pueden darse de dos maneras, en forma violenta o con astucia valiéndose de falsas promesas y persuasión engañosa. En una democracia asentada y madura como la española no caben revoluciones ni de una ni de otra forma; en una democracia que lucha por remover las desigualdades y que no solo reconoce, sino que fomenta, el ejercicio pleno de los derechos fundamentales, en especial de los políticos, una revolución se convierte en una ataque a la propia democracia, del cual tiene que defenderse con los instrumentos que su propio estado de derecho le confiere, hasta el punto de que si se renunciara a ello, se estaría corrompiendo la esencia democrática del sistema, puesto que se estaría permitiendo que la revolución fuera el método de acceso al poder para cualquiera que aspire al mismo. En la revolución también hay desigualdad, puesto que el propio pensador nos advirtió de que el ejercicio de la sublevación les cabe únicamente a los que tienen privilegios y no a los ciudadanos comunes.