Opinión

Lula: puede ser; quizá no

Conocí a Lula durante nuestra transición en una reunión en Madrid con las cúpulas de Comisiones Obreras y UGT. Era el líder y fundador del sindicato metalúrgico brasilero, una fuerza de choque contra la dictadura militar que paralizaba cada tanto el estratégico estado de San Pablo.

No le placía el sindicato como correa de transmisión de un partido de izquierdas. Suponía que la movilización sindical bastaba para las transformaciones sociales que necesitaba Brasil.

No obstante, tras décadas de lucha política y tres intentos de alcanzar la presidencia, fundó en el año 1980 el Partido de los Trabajadores con credenciales socialistas y trotskistas. Pero siguió siendo un metalúrgico que se dejó un dedo en una prensa.

Hoy, su encarcelamiento en el estado de Paraná (de un total de nueve años y seis meses) por corrupción y blanqueo suscita varias incógnitas judiciales, morales y políticas. En Brasil, la corrupción forma parte del paisaje, y es más esplendorosa que este. Cuando vivía allí, el cacique de San Pablo, Pablo Maluf, hoy también preso y reclamado por Francia, fletó un avión para llevar a Brasilia, donde se celebraba una convención, a las mejores prostitutas paulistas, las que fueron llamadas «malufetas», para tratar de satisfacer a los políticos adeptos.

El caso motivó un gran jolgorio nacional, pero no la indignación de un país acostumbrado a estas trapacerías. «Obedrecht», en los campos de la ingeniería y la construcción, es una multinacional privada, mano de hierro para la corrupción de «Petrobas», la petrolera estatal. El avión de «Obedrecht» puede ser esperado en cualquier aeródromo del mundo con sus portadores de maletines persona a persona con sobornos en la moneda que se requiera.

Hablar de corrupción en Brasil es platicar del Amazonas. A Lula da Silva le ha encontrado la Justicia de Brasil un piso de lujo en la costa paulista a un año de las elecciones generales del país en las que se le pronosticaba un triunfo arrollador, si no acaba con él el cáncer de garganta de gran fumador.

Pero si, tras ocho años ocupando el Palácio do Planalto, Lula solo se ha corrompido con un buen piso, el ex presidente, dado el contexto, es Santa María Goretti.