Opinión

Vagos y maleantes

Los campos de concentración civiles tienen carta de naturaleza española y republicana. Tal como las aldeas estratégicas (aislar a la población de la insurgencia) del general Westmoreland en Vietnam fueron un espejo de las del general Valeriano Weyler durante su mando en Cuba.

El creador de gallinas, Heinrich Himmler, y su inquietante segundo en la seguridad del Reich, Reinhard Heydrich, arquitecto de la Shoá, inauguraron el primer campo nazi en Dachau después de que lo hiciera nuestra Segunda República en Burgos, Puerto de Santa María, Annobón, Villacisneros y Alcalá de Henares.

La República nacida de unas municipales adolecía de legitimidad de origen y reaccionó con una Ley de Defensa de la República que hoy espeluznaría a los gaznápiros que lloran por los derechos humanos en España. La Ley de Vagos y Maleantes sin juicio internaba en campos de pico y pala tanto a un parado como a un rufián, y fue la única legislación republicana que fue recuperada por Francisco Franco. Los constituyentes del año 1978 obviaron una Defensa de la Democracia sin caer en la estaca republicana, pero algo más operativa que el senatorial 155, mano en guante de seda que de todas formas es tenido demagógicamente como una estrangulación civil.

Los secesionistas burgueses e izquierdistas (especialmente los primeros) tienen en su ADN la felonía hacia quien les ha otorgado las más amplias autonomías de su historia, yendo más allá que satisfechos estados federados. La traición se consuma o se paga.

La vileza del secuestro por la Gestapo de Lluís Companys y su fusilamiento en Montjuic socapa su condena por el Tribunal de Garantías Constitucionales a treinta años de inhabilitación perpetua por proclamar la República Catalana. El mismo unilateralismo de parte de las Cortes catalanas en idéntica traición, delito que no tiene ningún tipo de simbolismo.

Los emergentes de la kale borroka catalana ¿son terroristas? Puede que no lo sean, aunque existe la violencia pasiva, moral, institucional, y se acerca al terror la creación de un estado de alarma, inseguridad y violación de la normalidad ciudadana. Don Manuel Azaña habría resuelto esto con la muy republicana Ley de Vagos y Maleantes.