Opinión

El huevón de Managua

Estábamos en un galpón de refrescos y comistrajos sobre los cascotes de la Managua destruida para siempre en el terremoto del 72 acodados a unos tablones sobre borriquetas divagando sobre Nicaragua como tercer país más pobre de toda América. El hijo del asesinado propietario de «La Prensa» recordaba como anomalía que su madre, doña Violeta, hubiera tenido que aunar una coalición de 14 partidos para derrotar a un sandinismo apagado y pudriéndose por la cabeza (Tomás Borge, Ernesto Cardenal o nuestro Cervantes, Sergio Ramírez, habían penetrado en la niebla). Una cooperante cuestionaba una alfabetización a la cubana en la que los niños chicos hacían kilómetros de selva para acceder a su escuela donde les enseñaban que la ingesta de pescado era perjudicial para su desarrollo, mientras un pediatra se hacía mientes de la ausencia de drogas anticancerígenas.

Muy suelto de cuerpo apareció el comandante Daniel Ortega con sus gruesas gafas de miope previas a su viaje a Miami para ponerse lentillas, sentándose sin pedir permiso a unos desconocidos de los que le habrían advertido sus asistentes. Con su vocecita impropia para los mítines, nos ilustró que la pobreza nicaragüense la originaba EE.UU. y que La Contra había retrasado en décadas el desarrrollo. El monotema anti-gringo de la izquierda o la progresía americana. La Contra fue un error senil de Reagan, pero ya no existe ni como argumento y quien fuera su líder, el célebre «Comandante Cero», Edén Pastora, hoy está a sueldo de Ortega para trabajos en la oscuridad. Me lo había advertido Felipe González: «Ortega es un huevón».

En la oposición descubrió un populismo que para si lo hubiera querido Perón convirtiendo el sandinismo en un folleto multicolor: sustituyó la marcha sandinista por el «Himno a la alegría» de Beethoven y luego por «Denle una oportunidad a la paz», de John Lennon, mudando a rosa el rojinegro del FSLN. Su hijastra le acusó de violación y le defendió la madre de la vejada y esposa del acusado, Rosario Murillo, extravagante vicepresidenta a quien place la comparen con Elena Caucescu. Tenía que acabar fusilando a su pueblo. El problema no es la reforma de una inexistente seguridad social, sino la mujer del huevón.