Opinión

La chica de San Fermín

Este afán que nos adorna por lo políticamente correcto aboca en la estolidez hasta en quienes más debieran estar aherrojados al razonamiento incontaminado. Ya es común la paletada de creer y tener fe ciega en la Justicia, como si esta no fuera un servicio público más, por principal que resulte. Se ha de tener fe en la Telefónica si nos conecta; en Iberia si vuela en horario; en RENFE «ítem mas» y no descarrila; y en la Justicia cuando da a cada uno lo suyo, que no es el caso del parto de los montes de Pamplona. Además han tardado dos años en sentenciar y como la manada rijosa desconoce el acreditado invento del doctor Condón podríamos haber tenido un bebé por añadidura, a menos que a la víctima la suministraran la píldora del día después.

Ya lo advirtió San Agustín (que fue juez): «Una Justicia tardía no es Justicia». No hace falta ser jurisperito para advertir que se ha pasado como sobre piedras candentes el 1,4 de alcoholemia de la víctima que la confunde, la desubica, la desinhibe a su pesar y hasta la priva de la libido.

Un guardia civil de Tráfico habría tenido más criterio sobre los avatares de la joven que los tres magistrados de la fama. De no prosperar los recursos quedaría para la jurisprudencia que es abuso y no violación sodomizar a una dama en estado de ebriedad. Y en Sanfermines esa ebriedad es el don que cantara el poeta Claudio Rodríguez.

Se acata provisionalmente la sentencia porque a la fuerza ahorcan pero no deja de ser reprobable y hasta vejatoria para la condición femenina. Una sesuda sentencia que causa alarma social (y no solo entre las mujeres) ha de ser puesta en la picota con la clemente sospecha de que los jueces han prevaricado aun sin saberlo, lo que sería un retruécano jurídico de difícil enderezo.

A la adolescente, tras dos años de ludibrio, la espera otro tanto hasta la casación, si acompaña al alarmado fiscal, y es previsible que quiera desaparecer de los foros. Las respetables puñetas vulneran el honor de la chica de San Fermín.