Opinión

«Etamoribundia»

En abril de 1998 los gobiernos británico e irlandés junto a los partidos norirlandeses firmaron satisfechos el Acuerdo de Viernes Santo por el que el IRA Provisional ponía fin a décadas de terrorismo cainita. Cuatro meses después la escisión IRA Auténtica explosionaba un automóvil con 250 kilogramos de amonal en la céntrica calle comercial de Omagh (Irlanda del Norte) causando 29 muertos (entre ellos una pareja española) y 220 heridos, muchos de los cuales engrosarían el parte de fallecidos instantáneamente. El terrorismo, como el cartero, siempre llama dos veces. ¿Cuántos etarras en libertad están dispuestos a suscribir el trampantojo de Josu Ternera proclamando unilateralmente la disolución de la funeraria Euskadi ta Askatasuna? La anterior broma de entrega de armas oxidadas y limadas deja intacta la logística para la alimentación de comandos y el empecinamiento en la existencia de un conflicto entre Navarra, las provincias vascongadas, Iparralde y los Estados español y francés no garantiza una hoja de ruta política de flores de paz y ausencia de odios. Las divisiones terroristas están en el genoma de la barbarie adanista o nihilista: el muestrario del terrorismo palestino, el Califato como heredero de Al Qaeda, el IRA de ida y vuelta, la propia ETA subdividida en militar y político-militar, llegados al punto de asesinarse entre sí... La máxima de Mao tsé-Tung: «Lo difícil no es cabalgar al tigre, sino apearse de él». Es más: es moneda de cambio en el terrorismo proceder a retiradas tácticas (avances elásticos sobre la retaguardia) chantajeando a la sociedad con la amenaza del nacimiento de una fracción más dura e inclemente. De la espesa y descerebrada documentaria de ETA solo cabría leer el acta de reconocimiento de su fracaso, de la sangre innecesariamente vertida y la disposición a saldar sus deudas judiciales. Sin el propósito de la enmienda y la reparación de daños la petición de perdón es inane y, además, los sayones nunca dan excusas. En 1937, desmantelado el Frente Norte, el Ejército vasco, los heroicos gudaris, se rindieron en masa y sin condiciones, en Santoña, a las tropas de intervención italianas, que los entregaron a Franco, dejando militarmente con el culo al aire a la República. Esa sí fue una disolución.