Opinión

«¡Viva la muerte!»

La proposición legislativa que despenalice la eutanasia evoca a aquel rústico que dada la agonía de su progenitor espetó a la familia reunida: «¡Pero bueno; ni se muere padre ni cenamos!». Apeamos de la nomenclatura de las calles a Millán Astray, quien ante Unamuno gritó viva la muerte y debeló la inteligencia en el mismo tiempo que se nos ocurre ponerle una peana legal a la Vieja Dama de la guadaña. Será que tenemos políticos que estiman que acelerar el tránsito es una de las necesidades principales de los españoles. De los Países Bajos, a veces bajísimos, distinguidos en esta caritativa práctica, siempre importamos formatos televisivos para gaznápiros, bicicletomanía olvidando la orografía, y una compasión social de acemilero. La eutanasia es tan progresista como el tiro de gracia que nunca precisó ser legislado. La tenida por muerte digna nada tiene que ver con la sedación o la desmonitorización sino con la universalización de los cuidados paliativos y las unidades de dolor.

La percha de la eutanasia es el confuso, profuso y difuso derecho a decidir (que algunos extraen de la descolonización) trampantojo retrógrado y selvático. Cierto que los suicidas con posibles peregrinan a Amsterdam, como matrimonios ancianos se instalan en Levante para hurtarse al humanitarismo holandés. Se hacen eutanasias por confusión del paciente que firma o por anhelo sucesorio de los parientes. Además faltarán médicos que abjuren de Hipócrates y su deontología. Nadie se muere un minuto antes pero adelantar el reloj biológico es otro insomnio de Mary Shelley y revés de la trama del Dr. Frankestein. Despenalizar la eutanasia obliga a hacerlo con la asistencia al suicidio que en España se cobró casi secretamente 3.602 voluntarios en 2015, diez por día, abrumadora estadística para un país mediterráneo, soleado y callejero. Sin pena, los ayudantes de suicidas se multiplicarán exponencialmente, porque ¿quién no le va a hacer un favor a un amigo si te mueve la compasión, madre de tantos equívocos? Los émulos de Larra tendrán más asistencias que el Teléfono de la Esperanza. Hasta Lenin tildó de contrarrevolucionario a Paul Lafarge, yerno de Marx, por suicidarse tras hacer de comadrona del PSOE.