Opinión
Clausura
Hace días visité el convento de las Carmelitas en Ruilobuca (Cantabria); una vez más me di cuenta de la equivocada idea que tienen los mortales acerca de las que llaman caritativa pero a veces despectivamente «las monjitas». En el mundo de hoy unas cuarenta mil mujeres viven una vocación extraordinaria: la de la total entrega a Jesucristo en la lejanía del «mundanal ruido», es decir, en clausura. Esta ya no tiene nada que ver con esa imagen tétrica recogida por escritores y cineastas que presentaban un universo dominado por el despotismo de la abadesa y donde podían germinar las peores perversiones. De tales horrores ya no queda la más mínima traza en todo el planeta católico.
A las que siguen el modelo de vida contemplativa acaba de dedicarles el Vaticano un documento titulado «Cor orans» ( Corazón Orante) aplicación de otro anterior (2016) «Vultum Dei quarere» (La búsqueda del rostro de Dios). En este Francisco urgía la necesidad de establecer un diálogo con la sociedad contemporánea salvaguardando «los valores fundamentales de la vida contemplativa»: el silencio, la escucha, la estabilidad. Uno de los temas que planteaba Bergoglio era la relación con los medios de comunicación. En casi todos los monasterios se usan hoy Facebook, Twiter y otras redes sociales; es algo aceptado pero la reciente instrucción advierte que «tales medios deben ser usados con sobriedad y criterio no sólo respecto a los contenidos sino también a la cantidad de informaciones y al tipo de comunicaciones». Sabia observación para que estos instrumentos útiles a la formación y la comunicación no sean obstáculo a la contemplación.
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