Opinión

Trampantojo catalanista

Von Clausewitz escribía en el clásico «De la guerra» que el objetivo del conflicto no residía en la destrucción del adversario, sino en llevar a su conocimiento la imposibilidad de su victoria. Entusiasmo no les falta pero cuesta creer que los cabezas de huevo del ultranacionalismo catalán estén convencidos, como parece, que serán república en tiempo real. Podría aducirse en contra que el Gobierno no está empeñando el suficiente vigor (o rigor) para sostener el axioma del teórico prusiano, pero escudándose aquel exclusivamente en la Constitución , el Estatut y las leyes, resulta complicado hacerle dulces objeciones. El «doble de cuerpo» del bachiller en activismo, Puigdemont, pide diálogo, pero por el método Ollendorf; como aquel equipo que perdiendo diez a cero exigía la prórroga. Los cinéfilos reconocen al «doble de cuerpo» en el estafermo que aguanta horas bajo los focos mientras ajustan las luces en tanto el protagonista reposa en su camerino. La cultura catalana ha conformado España en forma indeleble pero en esta hora peor resuena el silencio de los intelectuales de ambos lados.

Los unionistas solo se expresan votando a Ciudadanos y las élites separatistas solo dan para levantar un circo para el ciudadano de base al que solo mueven los sentimientos y las consignas para analfabetos funcionales. Hace décadas la UNESCO estableció que la alfabetización no solo consistía en leer y escribir y manejar las cuatro reglas, sino que exigía el conocimiento de las principales leyes que regían al educando, e ignorar olímpicamente nuestra Constitución democrática y reformable señala al iletrado. El desprecio del ignorante es doble porque Quín Torra ni siquiera es político y solo otro activista cuyos textos desvelan con claridad el odio enfermizo del racista. Se felicitan los politólogos de la invisibilidad de la ultraderecha española: desengáñense: ha nacido en media Cataluña con los hijos del pujolismo de comadronas. No llegan a Le Pen: son «poujadístas», de Pierre Poujade, el partido de los tenderos franceses, hoy «botigers». La más acertada predicción de Ortega fue que «el problema catalán» no tiene solución y hay que conllevarlo. La República catalana es un trampantojo, una trampa saducea, un espejismo, una utopía autoritaria e insolidaria.