Opinión

«¡Maura no!»

Los periódicos estadounidenses de la costa Este acuñaron ironías y sarcasmos políticos memorables. De Harry S. Truman, un camisero de Missouri, escribieron que demostraba empíricamente que en verdad cualquiera podía ser Presidente de EE UU, y del general Eisenhower, cardiópata y con más horas en el golf de Camp David que en la Casa Blanca, que el país podía vivir perfectamente sin Presidente.

Fueron injustos ya que ambos contribuyeron a la fortaleza del coloso. Aún no sabemos si a Pedro Sánchez se le podrá tildar de lo uno o de lo otro porque conviene recordar cautamente que la mitad de la inteligencia consiste en reconocer la de los demás. De Herrero y Rodríguez de Miñón, por mal nombre «la masa encefálica», uno de los siete padres de la Constitución, se decía que en las noches entraba a casa por la ventana del primer piso en vez de por la puerta y es que los singulares a veces dan en inusuales legítimos como el recién nacido Presidente penetrando en Moncloa por una moción de censura en vez de por unas elecciones. Se aupó a la Secretaría del PSOE haciéndole un regate faltón a Susana Díaz, perdió una investidura, se desembarrancó en sucesivas elecciones generales, dividió su formación y gobierna con unos exiguos 84 escaños tras un abrazo brumoso con 22 partidos (¿pero hay tantos?) sin haberse tomado la molestia de explicar a los españoles lo que pretende. Su programa es Gürtel en un desvergonzado apártate que me tiznas, dijo la sartén al cazo.

El precedente es Antonio Maura, jefe conservador de Alfonso XIII, vilipendiado tras los desórdenes de los reservistas de Marruecos y la Semana Trágica de Barcelona, al grito de «¡Maura no!» como único equipaje político de posteriores gobiernos de concentración, la dictadura de Primo de Rivera y la II República. Nuestro habilidoso taumaturgo, cansado de las urnas, ha cambiado en horas 24 el ajedrez por el Go sin que sepamos las reglas del juego chino. La máxima de la Prensa yankee: si parece un pato, habla como un pato y camina como un pato, lo más probable es que sea un pato.