Opinión

Efectos especiales

En la política iberoamericana es usual la figura gubernamental del «Monje Negro», figura en la sombra, aunque conocida y temida por la clase dirigente, que elabora los efectos especiales del presidente de la República como valido o consejero áulico del mandatario. A poco más de dos semanas en Moncloa poco sabemos de las intenciones del presidente Sánchez. Y en los treinta minutos de la entrevista de anoche en TVE no habrán dado para disipar las brumas. Hay que entender que Sánchez no tenía segura su moción de censura y que ha tenido que pechar con improvisaciones y torpezas. Será periodísticamente injusto pero su acceso al poder por una trocha tan legal como secundaria le priva de los cien días de gracia, ya que si tantas prisas albergaba por llegar a su destino debería haber tenido muy estudiada su hoja de ruta y haberla explicado desde el primer minuto al común de los mortales. Hoy el primer problema de España es el empecinado secesionismo catalán.

Se ignora cómo encajar un diálogo, una negociación, entre el presidente y Quim Torra que multiplica las aspiraciones del errante Puigdemont y que pretende sentarse a una mesa de Gobierno a Gobierno como si España hablara de tú a tú con Alemania. Baja de las nubes un runrún de acercamiento de presos separatistas a Cataluña o una reforma del Código Penal para difuminar los delitos de rebelión o sedición para dejar a unos presuntos golpistas en loor de multitudes. No bastará para bajar el suflé de la barretina que parte por gala en dos la sociedad catalana. Plegarse a los Presupuestos que su partido rechazó por antisociales es prudente pero también un brindis al Sol. No pasar la topadora por leyes como la reforma laboral o la de seguridad ciudadana sino sólo enmendarlas también reduce los cataclismos, el adanismo y nuestra manía de empezar de cero los trabajos. Pero donde aparece Iván Redondo como «Monje Negro», su jefe de Gabinete, es en el impenitente rosario de efectos especiales que nos está deparando el nuevo Gobierno.

Desde la feminización del Consejo a la acogida del «Aquarius», de la sanidad universal planetaria a la exhumación de los restos del general Franco y el relanzamiento de la memoria histórica para seguir hurgando en nuestra última y lejana guerra civil. El «Monje Negro» es un inteligente experto en técnicas electorales pasado por la criba de los comicios estadounidenses y se sabe el libreto. Sabe Redondo que la familia presidencial debe tener un perro y ya nos lo acaba de mostrar, como a Sánchez corriendo atlético para separarlo de un Rajoy que practicaba el paso rápido. No parece que nos vaya a mostrar el búnker antiatómico de La Moncloa que da fuste de Estado poderoso, pero si hace falta lo hará. Sacar a pasear a Franco es asunto primordialmente familiar y que no tiene visos de acuciar a los españoles y convertir el Valle de los Caídos (cursi) en remedo del cementerio nacional de Arlington tropezará con los que miccionan sujetándosela con papel de fumar exigiendo demoler la gigantesca cruz en un Estado constitucionalmente aconfesional. Tendremos más efectos especiales que la saga de las galaxias.