Opinión

El Valle de los Exhumados

El acervo más completo sobre nuestra última guerra civil se encuentra en los sótanos del Senado de Estados Unidos: ensayos, novelística, memorias, biografías, filmaciones, fotografías, documentos, datos. Ni por aproximación puede encontrarse en España una historiografía tan completa en la Biblioteca Nacional, la archivería del Estado o de particulares. Para estudiar nuestro 1936-1939, antecedentes y secuelas, hay que acudir a Washington y en el viaje se puede meditar sobre la cochambre intelectual con que tratamos aquel período aciago. Cabe estimar que generaciones nacidas en democracia ignoran que Franco no urdió el golpe del 18 de julio sino el general Mola («el 17 a las 17»), ex director general de seguridad de la República, el Generalísimo, Sanjurjo, y, entre otros, el general Queipo de Llano casado con la hija del ex presidente republicano Niceto Alcalá Zamora.

A Franco sus conmilitones le llamaban «Paca la culona» y «Miss Canarias 1936». Tampoco sabrán que el mejor militar de la guerra fue el coronel Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor de la República y católico de misa dominical. El presidente Sánchez ha dicho en su entorno que la exhumación de Franco es «inminente» aunque extraer un cuerpo de una basílica no es asunto para prisas. Frente a la tumba que envenena nuestros sueños yace José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange o fascismo español a la italiana por el que nadie llora o pía como convidado de piedra de este funeral en el que todos tenemos cirio. Los Primo de Rivera, silenciosos, son patriotas de larga data y aceptarían de grado la exhumación, lo que supondría el gozne que levantaría la losa del dictador. Y, luego, dejemos la toponimia en paz y llamemos a la novedad-anacrónica del Valle de los Caídos lo que siempre fue: Cuelgamuros. Como deudos de osamentas republicanas quieren rescatar los restos, a lo peor la befa popular denomina lo que quede «Valle de los exhumados» porque entre Hegel y Marx establecieron que la Historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. A estas alturas tanta excitación por el esqueleto de Franco comienza a ser un eructo en medio de un beso inacabable.