Opinión

Hogar, dulce hogar

Que a la cuerda de presos catalanes en prisión preventiva por intentar un golpe de Estado que fraccionaría España les reciba en el portón de la cárcel el director de las instituciones penitenciarias catalanas luciendo su lazo amarillo en la solapa ya es una declaración de intenciones y equivale a que un hipotético responsable de las prisiones vascas (no transferidas) recibiera a condenados etarras al grito de «¡Gora ta askatasuna!» No es lo más preocupante ya que los exponentes de la secta separatista han optado por el amarillo como los canarios ignorando que es color gafe, mufa, de tocar madera desde que el gran Moliere, representando su obra «El enfermo imaginario» vestido de amarillo rabioso derrumbó mortalmente su tuberculosis sobre el escenario. El excelente elenco de actores catalanes podría haber explicado a estos sureños del nordeste que no han leído a Margaret Michell y su «Lo que el viento se llevó» porque jamás suben a las tablas con nada que sea siquiera amarillento.

Por lo demás «Odia el delito (presunto) y compadece al delincuente» como pregonaba nuestra reformista penitenciaria Concepción Arenal, aunque no al extremo de la popular Victoria Kent, jefa de las cárceles republicanas, a la que tuvo que destituir Azaña por dejar abiertas las cancelas de las cárceles por si los presos necesitaban pasear extramuros. Por alta traición al Estado de Baviera Hitler pudo haber sido condenado a muerte por decapitación con hacha (usual) y nos habríamos ahorrado la mitad de los horrores del siglo XX, pero jueces nacionalistas le penaron con solo cinco años de los que cumplió nueve meses a mesa y mantel. No ocupó una celda sino un conjunto de ellas como apartamento siempre lleno de flores de militantes, con su alimentación vegetariana y su secretario Rudolf Hess pasando a máquina su desordenada perorata «Mein Kampf» libro de lectura obligada para jóvenes en fuga del nazismo. Los responsables de estas dos prisiones de la Generalitat son amigos de la secesión milagrosa y estimarán que pronto sus cautivos serán prebostes de la nueva república, y a ver quien se atreve a leerles el reglamento.