Opinión

La ideología de la libertad

La separación Iglesia-Estado determina también la separación entre las instituciones del Estado y las religiosas y conforma lo que se denominan Estados laicos o aconfesionales, que no son lo mismo. Para los primeros, el fenómeno religioso es algo al margen del Estado, mientras que para los segundos es algo que hay que tener en cuenta y que se encuentra muy imbricado en el derecho a la libertad de culto. En cualquier caso, esta separación es algo positivo, siendo hoy los Estados confesionales una rémora del pasado, los cuales proliferan en el mundo relacionado con el islam. En alguno de estos países, la democracia cede ante otros modelos políticos. La democracia no nace como un modelo político de acción, sino de reacción frente al ejercicio absoluto del poder. Este ejercicio absoluto del poder en sus formas primitivas y todavía hoy está regido por un principio, la ambición de obtener la obediencia para así expandirse y ocupar todo el espacio, consiguiendo una sumisión absoluta.

En la historia se han producido regímenes políticos que, reaccionando contra el poder de la Iglesia y la religión, importan algunos principios inspiradores de aquellas al ejercicio de la política y tratan de conseguir que los ideologizados súbditos no solo actúen bajo una obediencia absoluta, sino que lleguen a sentir auténtica pasión y admiración por la ideología que sostiene el poder, así como por sus líderes, sustituyendo la fe religiosa por un mito legitimador que justifica la permanencia del régimen de forma absoluta y para siempre. Uno de los aspectos esenciales de la democracia es el respeto al individuo, a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad y por ello las ideologías que intentan reducir al ser humano a una especie de minoría de edad mental, de tal suerte que el Estado debe penetrar en la vida de los ciudadanos por considerarlos incapaces de administrarse a sí mismos, deben ser postergadas. En una democracia, la ley llega a múltiples expresiones del ejercicio vital, pero nunca puede penetrar en la mente del ciudadano, ni conformar algún tipo de ideología, porque de ahí a los integrismos partidarios de las verdades absolutas solo hay un paso. La democracia debe buscar permanente la ponderación entre la irrenunciabilidad del respeto a la dignidad humana y los intereses comunes.